CAPÍTULO 53. Tienes mi permiso
Franco cerró los ojos mientras buscaba desesperadamente los labios de Victoria y su respiración se hacía pesada y superficial. El miedo actuaba sobre él de una forma extraña, tanta desesperación por perderla, lo hacían querer todo de ella, en ese mismo momento, como si fuera un espejismo y de un momento a otro fuera a desaparecer.
Le sacó la blusa de un tirón y la escuchó ahogar un jadeo, pero si era sorpresa o excitación pronto lo sabría, porque su suéter cayó a varios metros cuando ella se lo quitó. Las manos del italiano aferraron sus caderas con fuerza y entonces todo se descontroló. Quitarse el resto de la ropa fue un acto mutuo de violencia, como si les molestara demasiado. Se besaban entre gruñidos urgentes y jadeos entrecortados.
—¡Dios, niña, creí que iba a volverme loco!
—Tienes mi permiso para ponerte loco ahora… —suspiró ella y Franco bajó por su cuello, dejando un rastro de besos sobre sus senos hasta que se metió uno de sus pezones en la boca.
La escuchó gemir con ansied