CAPÍTULO 24. Una versión pequeñita

—¡¿Te volviste loco, Garibaldi?! —rugió Emilio Rossi, dándose cuenta de que habían puesto su muerte como la más codiciada de todos los tiempos.

—No, solo te doy una pequeña muestra de cómo se juega con la ´Ndrangheta, de cómo se juega conmigo —siseó Franco—. Tienes una hora antes de que todos los asesinos del mundo comiencen a rastrearte.

—¿Y crees que no tengo doscientos millones para librarme de un asesino? —escupió Rossi.

—Claro, la pregunta es si tienes para pagarles a todos, porque te garantizo que no se van a detener —sonrió Diego y Emilio los miró a todos como si se hubieran vuelto locos. Finalmente sus ojos terminaron en la persona que más cuerda esperaba que estuviera.

—¿Vas a permitir esto? —increpó a Victoria—. ¿Vas a permitirles jugar con la vida de Massimo?

La muchacha se adelantó, metió una mano en su bolsillo y sacó una píldora de cianuro.

—Yo estoy lista para seguir a mi hijo en cualquier momento —susurró con firmeza mostrándole la pastilla—. La pregunta es si tú lo es
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