Mia
El silencio de mi apartamento esa mañana era ensordecedor, como si todo el mundo hubiera desaparecido y solo quedara yo y mis pensamientos. No podía dejar de dar vueltas a lo que había sucedido la noche anterior, a lo que no sucedió. Sus palabras aún resonaban en mi mente: "Quédate". Y yo me fui. Me fui sin mirar atrás, sin darle lo que parecía ser su último intento, su último suspiro de esperanza. Lo había dejado, y ahora mi alma se sentía vacía, un vacío más grande que cualquier espacio físico.
Me levanté de la cama y caminé hacia el baño. Me miré en el espejo, observando a la mujer que me reflejaba. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué siempre me alejaba cuando la proximidad se hacía insoportable? Pero el problema no era él, ni lo que me hacía sentir. El problema era yo.
Desde pequeña, siempre supe que el amor era algo peligroso. Mis padres, aunque me querían a su manera, eran distantes. No había esos abrazos interminables, ni esas palabras llenas de ternura. Lo que había en casa era