Alexander
Había algo en la forma en que se veía al entrar a la habitación que me quitaba el aliento. Ella caminaba despacio, como si lo hiciera a propósito, como si supiera que cada uno de sus movimientos me calaba hasta los huesos. Pero no podía ceder, no podía mostrarle la vulnerabilidad que se estaba desbordando dentro de mí. No podía dejar que ella supiera que, al verla, mi mundo perdía su equilibrio. Porque, aunque no lo admitiera, estaba tan cerca de perderme en ella, de perderlo todo, que un simple suspiro suyo podría arrastrarme a lo más profundo.
Mia. Ella tenía esa extraña habilidad de descontrolarme sin esfuerzo, sin intención alguna. Y no sabía si amaba eso o lo odiaba.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó, su voz era un susurro, pero en ese tono había un destello de desafío, como si estuviera buscando algo que no sabía cómo definir.
La miré, mi mente colapsando en mil pensamientos contradictorios. No quería hacer esto, no quería ceder a la tentación de tocarla, de abrazarla, de