Mia
El reloj marcaba casi las ocho de la noche cuando finalmente salí del edificio. Las luces de la ciudad parpadeaban como si quisieran darme un respiro, pero yo no podía apartar la mente de lo que acababa de suceder. La mano de Alexander en la mía, esa mirada desafiante, el retorcijo de emoción que había recorrido mi cuerpo con el simple roce. ¿Cómo era posible que algo tan simple pudiera ser tan… electrizante?
Me apoyé en la pared del edificio, tomándome un minuto para respirar. Era absurdo, pero cada momento cerca de él parecía acercarme más al borde de una línea que no sabía si debía cruzar o no. Alexander no era como los demás. Era más, mucho más.