El castigo es silencioso y metódico. Luego de haber ido a la cocina, había regresado con lo necesario para limpiar mi desastre. Ahora me encuentro de rodillas en el suelo, con la falda manchada por la humedad de la alfombra, tallando la gloriosa mancha de jugo de naranja que yo misma he provocado. Elmira me había proporcionado un pequeño balde con una fibra abrasiva y un líquido limpiador potente, de un azul transparente y un olor a químicos y cítricos artificiales que me perforan las fosas nasales.
El trabajo es meticuloso y humillante. Mientras froto con movimientos circulares, sintiendo el ardor en mis rodillas y la tensión en mi cuello, soy intensamente consciente de la figura de Lucien Ivanov.
Él está sentado de nuevo detrás de su escritorio, el gran trono de cuero, pero ahora no está reclinado. Se encuentra erguido, comiendo su desayuno en un silencio total y absoluto. Había traído un nuevo vaso con el jugo y en el camino. Una vez en mi cabeza me susurraba que escupiera el maldi