Mundo ficciónIniciar sesiónElmira no me da tiempo de digerir la violencia del encuentro con Lucien. Me guía lejos de las puertas dobles y del despacho de Ivanov, adentrándonos de nuevo en la opulencia del pasillo alfombrado. Siento el sabor a cobre en mis labios, la mezcla de mi propia sangre y el carmín destrozado, una prueba tangible de la agresión.
El pasillo de esculturas y arte caro no es el final. Termina en una pared de terciopelo, que Elmira toca en un punto preciso, haciendo que una puerta camuflada gire sin ruido, revelando un pasadizo.
El pasadizo es largo, estrecho y está iluminado solo por luces en la pared. Mis tacones repiquetean sobre el suelo de cemento, un sonido hueco que se multiplica por el encierro. Mientras avanzo, intento ordenar el caos en mi cabeza que ha provocado el diablo que me tiene cautiva. El beso había sido una exhibición brutal de poder. No había habido deseo, solo la afirmación de que mi cuerpo, mi voluntad y mi dignidad ahora le pertenecen. Había querido doblegarme, romperme, hacer que el terror suplicara por clemencia.
Pero no voy a conseguirlo. No voy a darle el gusto de verme acabada.
El pasadizo se abre de golpe en una puerta metálica, que Elmira desliza. La luz es intensa, diferente a la penumbra de los pasillos anteriores. Me encuentro en un espacio funcional, pero sorprendentemente amplio. El suelo está limpio, las paredes pintadas de un color neutro con espejos, butacas, un enorme guardarropa y accesorios.
—Aquí te detienes —ordena Elmira. Obedezco de mala gana. Ella señaló hacia una puerta simple, de madera maciza, en el centro de la pared opuesta. —Todos los días, a la misma hora, debes entrar a este vestidor y alistarte con el resto de las mujeres. La puntualidad es absoluta. Si el Señor pregunta por ti, debes estar lista.
Antes de que pueda responder, o incluso preguntar sobre el significado de "alistarse con el resto de las mujeres", la puerta de la que hemos entrado se cierra y Elmira ha desaparecido tan silenciosamente como un fantasma, dejándome varada en ese vestíbulo de tránsito.
Pero no estoy sola.
Un hombre emerge de una sombra que yo no he percibido. «Mi primer instinto de supervivencia falló». Es alto, rubio, con hombros anchos que llenan el espacio de su camisa negra ajustada. Sus ojos son de un gris penetrante, fríos como la bruma del amanecer. Su porte es inconfundible. Es un soldado, un ejecutor. Está vestido completamente de negro, desde los pantalones de vestir, pasando por la camisa manga larga, hasta el chaleco sobre la camisa.
Da un paso al frente, cerrando la distancia entre nosotros.
—Blair, ¿cierto? —su voz es baja y gutural, con un acento eslavo apenas perceptible—. Soy Kostya. Soy el encargado de los clubs y casinos en la zona. —Lo fulminé con la mirada, mis ojos arden con una mezcla de desafío y agotamiento. —Mike es el encargado del lugar y tu jefe inmediato. Pero Lucien ha dejado clara una cosa: tú atiendes las mesas. Y no solo las atiendes. Las sirves con una sonrisa.
La sonrisa que me da es tan fría como sus ojos grises. Una mueca perfectamente ensayada.
—Será mejor que pongas tu mejor cara y tengas una buena actitud. No te confundas. Hay hombres de seguridad por todas partes. Si intentas escapar, te traeremos por los cabellos si es necesario. Y te aseguro, Blair, que habrá consecuencias que no querrás asumir.
La amenaza, aunque redundante, viene de una persona diferente. Este hombre tiene el rostro de quien cumple órdenes sin pestañear.
—Estoy consciente. No necesita repetírmelo.
Kostya se limita a inclinar la cabeza, aceptando mi respuesta como una simple formalidad. No buscaba mi respeto, solo mi sumisión.
En ese momento, una puerta diferente, que yo no he notado, se abre. Un grupo de mujeres entra, todas vestidas con batas ligeras o lencería, y se detienen en seco al verme a mí, la recién llegada envuelta en látex rojo brillante.
Kostya se voltea hacia ellas con su voz en un tono de mando impersonal.
—El club está por abrir. Ella es Blair, la nueva camarera.
Con esa presentación seca, Kostya sale por la puerta, dejando a las mujeres y a mí a solas.
Me quedo inmóvil, sintiendo el peso de la observación. Es un grupo heterogéneo. Hay una morena alta con un tatuaje intrincado en el brazo, una pelinegra con rizos salvajes que ríe con los labios manchados de labial, y varias otras de diversas nacionalidades, algunas asiáticas, otras latinas, todas con un aire de cansancio, pero también de una profesionalidad imperturbable.
La morena alta se acerca primero. Su sonrisa, a diferencia de la de Kostya, es genuina.
—Soy Lena. Bienvenida a LUX Seduction.
Me presento, sintiendo un nudo en la garganta al escuchar la amabilidad inesperada. La pelinegra, Anya, me tiende una botella de agua.
—Toma. El látex te deshidrata. ¿Estás bien? Te ves... fresca.
Y así, una por una, se acercan. Esta Valentina de Rusia, Luna de Colombia, y Jasmine, que parecía ser la más joven. Me tratan con una amabilidad que me desarma. No hay preguntas. Solo aceptación silenciosa.
Comienzan a cambiarse y, con una naturalidad sorprendente, se desnudan. La modestia no existe en el vestidor. Se despojaban de las batas y se visten con sus uniformes de trabajo. Más látex, seda y cuero, todos diseñados para revelar y provocar. Veo cicatrices, tatuajes y cuerpos perfectos, todos usados como herramientas. Comparten cosméticos, bromas y lamentos sobre clientes pesados.
—Olvídate de lo que hiciste antes —me dice una de ellas mientras se pone una media de red de un negro intenso—. Aquí no vendes solo bebidas, Blair. Vendes fantasía. Vendes compañía. Pero recuerda siempre que no tocan sin pagar y no tocan sin permiso.
Entonces, un sonido. Que no es una campana, sino un tono musical, agudo y repetitivo, que resuena a través de los altavoces ocultos.
—Hora de empezar —anuncia Anya, suspirando mientras se pone unos guantes de encaje.
Todas salen por la misma puerta por la que ha entrado. Tomo una respiración profunda, ignorando el tirón del top. El miedo no se ha ido, pero ahora está templado por una determinación fría.
Sigo a las demás, cruzando el umbral.
Y entonces, veo mi nueva realidad.
El lugar era un sueño febril de decadencia y opulencia. Las paredes del LUX Seduction están cubiertas de terciopelo rojo oscuro, que absorbía la mayor parte de la luz. La iluminación es selectiva con focos tenues de color ámbar y púrpura que creaban un aura intensa, casi irreal.
Hay una gran barra de color negro que se extiende a lo largo de una pared, repleta de botellas brillantes. Pero el verdadero corazón del club son los escenarios. El espacio abierto estaba lleno de sofás de cuero y mesas bajas, y alrededor de ellos, varios pequeños escenarios circulares. Son escenarios privados, donde supongo que se realizaban los "bailes particulares" y los encuentros de alto contacto. En el centro, un gran escenario principal con una cortina de seda roja que se prepara para el show de apertura.
El aire estaba impregnado de un olor a colonia cara, alcohol fino y el perfume intenso de las mujeres. La música es un deep house pulsante, que vibra en el suelo y en mi pecho.
—Tú, por aquí.
Un hombre se acerca. No es Kostya. Este hombre es bajo, regordete y con una calva brillante y una sonrisa demasiado amable.
—Soy Mike. Olvídate de tu viejo trabajo, esto es otro nivel. Mira, es simple. Las camareras usan los brazaletes. El tuyo ya está configurado, tienes seis mesas en tu área. Cuando una mesa te pida algo, vibra, y si el cliente quiere que te quedes más tiempo, te lo piden. Si te dan un billete... es propina para ti, directamente. Pero recuerda la regla de oro: mantén la sonrisa. Si te dan un problema, llama a la seguridad más cercana.
Me explica el sistema de bebidas, los precios exorbitantes y la regla tácita de flirtear, pero no ceder. Al menos no es el trabajo de las camareras. Me dice que mi turno termina a las tres de la mañana y se despide.
Los hombres ya estaban empezando a entrar, llenando el espacio. Grupos de ejecutivos, solteros adinerados, turistas de alto nivel. Risas ruidosas, manos en hombros, juegos de hombres.
No se me hace difícil, ya que siempre he sido camarera. Para mi sorpresa, las primeras dos horas pasan en un torbellino de pedidos de champán, cócteles y peticiones de atención que ignoro. Mi mente está ocupada con la supervivencia. Mi brazalete vibra avisándome que la mesa tres me necesita. Seis hombres de más de treinta están en un sofá de terciopelo y frente a ellos está una de las chicas haciendo un baile del pole dance sin la parte de arriba.
Me dirijo hacia ellos, pero a mitad de camino me detengo en seco cuando mis ojos se clavan en él en uno de los hombres en los sillones.
Sam.
Sam. El hermano gemelo de Danny. Más corpulento, con la misma barbilla obstinada, pero con el cabello más corto y una expresión de arrogancia permanente. Sam, que me había despreciado en la distancia durante todo el mi matrimonio con Danny y que ahora está sentado en este club, esperando servicio, a escasos metros de mí.







