La noche había caído con el peso habitual de la desesperación. De vuelta en el Lux Seduction, el brillo del neón y el pulso implacable de la música son un escudo ensordecedor para mi mente. Me muevo por el club con la eficiencia de un autómata, mis músculos tensos y mi rostro una máscara de fría indiferencia.
Había visto a Zoe. Varias veces. Cada encuentro es una inyección de veneno. Ella no se molesta en ser sutil. Me mira con una petulancia obvia, una sonrisa de suficiencia.
Lo peor de todo es la rabia dirigida hacia mí misma. La estúpida, ingenua Blair que había sucumbido al magnetismo de Lucien, la que había permitido que ese psicópata se metiera bajo mi piel y encendiera algo que no debería existir. Pero no le pienso dar el gusto a Zoe de verme incómoda o enojada. Así que mantengo la mirada fría. Cada vez que me la cruzo, mi barbilla se eleva un poco más. Sé que es una guerra silenciosa, y yo no voy a ser la primera en ceder.
Mike, el jefe del salón me hace una seña.
—Mesa tres,