Campus Universitario.
Al día siguiente de la confrontación interna, Isabella llegó a la universidad vistiendo su nueva armadura: falda color carbón, blazer impecable y el cabello recogido en un moño tan perfecto que no dejaba espacio a la fragilidad. Cada hebra controlada… porque su corazón estaba roto.
En el pasillo, detuvo el paso.
El mundo seguía, los estudiantes reían, vivían… y ella sentía que caminaba entre ruinas.
Sacó el teléfono. Accedió otra vez al servidor de seguridad de su casa.
Rebobinó las grabaciones.
Pauso.
Amplió.
Allí estaba Sofía Moretti, su propia madre, entregando un sobre a dos hombres de rostro inquebrantable.
El fotograma fijo le quemó los ojos.
— ¿Quién eres? ¿Mi madre… o una amenaza? Si mi sangre me traiciona, ¿qué esperaba de un agente encubierto?
La pequeña caracola en su bolsillo pesaba como un ancla mojada.
—Si no puedo confiar en mi madre… no puedo confiar en nadie —murmuró, y la frase se quebró dentro de ella.
Guardó el teléfono y avanzó. El dolor por