01:45 a.m. — Zona hostil, Kenia

Mientras las horas seguían avanzando con su ritmo frenético en Nueva York; en Kenia, la guerra ya comenzaba. Los vehículos quedaron estacionados en sombra profunda, cubiertos con redes de camuflaje. Desactivaron comunicadores ruidosos, activaron sensores infrarrojos. Caminaron entre arbustos resecos, serpenteando hacia el campamento rebelde.

Avanzaron en formación, pisando sobre raíces y hojas húmedas con la precisión de cirujanos. La humedad era sofocante, pegándose a la piel como un sudor que no se podía secar. El aire, cargado del olor a musgo y corteza podrida, parecía más espeso con cada paso.

En lo alto, ramas entrelazadas bloqueaban la luna, dejando que la noche fuera una sola masa negra atravesada por murmullos. Lechuzas y civetas se movían entre las sombras, sus ojos brillando como cuentas de vidrio. Un coro distante de monos colobos resonaba, agudo, como si alertaran de intrusos.

Carter sentía el calor encerrado entre el chaleco táctico y su c