La mañana siguiente a la reunión diplomática, las portadas de todos los periódicos repetían lo mismo:
“Aelin se proclama más allá del apellido” “La mujer que levantó un imperio sola” “Celeste, en silencio ante la renuncia de Aelin” Las televisiones transmitían una y otra vez el momento en que Aelin, frente a un salón repleto, le dijo a su hermana: “Quédate con tu linaje, Yo lo renuncio. Mi poder no depende de un apellido.” Isabella arrojó una copa de cristal contra la pared al ver la transmisión. El líquido manchó la alfombra, pero no le importó. —¡Maldita sea! —gritó, con los ojos llenos de furia. Su plan había sido perfecto: traer de regreso a Celeste, la hija legítima, ponerla frente al mundo y obligar a Aelin a defender su legitimidad. Pero Aelin no solo no cayó en la trampa… sino que destrozó la narrativa, arrebatándole a Isabella la victoria frente a millones de testigos. Celest