CAPÍTULO 36
—No puedo creer que te vayas —declaró Armando, viendo cómo su nieto subía las maletas de esa joven a su auto—, me vas a hacer mucha falta, y los llantos de este niño ni te dijo.

Armando, cuando mencionó al niño, le tomó la manita y el pequeño se aferró a ella con fuerza, intentando llevar esa mano a su boca, provocando sonreír a los dos que le veían.

—Solo serán dos años —declaró la castaña, sintiendo llegar hasta ella al padre de su hijo, quien la abrazó por la espalda y se aferró a su cintura mientras colocaba su cabeza en uno de los hombros de esa joven mujer—. Se irán como agua; además, vendré en mis vacaciones y pueden ir siempre que quieran, no estaremos tan lejos.

El anciano asintió porque, si bien era cierto que los años se iban como si no duraran los doce meses que prometían, la distancia siempre marcaba mejor el tiempo; a él solo le consolaba que no estarían tan lejos y que podrían ir y ella venir, algunas veces durante ese tiempo.

—Ya es hora —declaró Alejando y la joven sus
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