PARTE II. CAPÍTULO 49

—Pues, según los estudios realizados, no debería haber ningún problema para la implantación de un óvulo fecundado —aseguró la médico que los estaba atendiendo y a los que, por puros nervios, Marisa estuvo a punto de negarse a conocer—, aparte de los riesgos normales, me refiero.

Marisa casi se emocionó; pero, al conocer la aclaración, se dio cuenta de que, en realidad, no iría a la segura, así que de nuevo comenzó a tener miedo y ganas de salir de ese lugar, así, sin intentarlo siquiera.

Porque, como bien decía el dicho, el que no intenta, no gana; y ella y Marisa tenían un complemento para ese dicho popular, que era: el que no arriesga, no gana, pero tampoco pierde; y ella no quería perder, sabía que no sobreviviría si lo hacía.

Sabino, que conocía lo suficientemente bien a su esposa como para saber en lo que estaba pensando, tomó su mano, fría por los nervios que la estaban invadiendo, y la llevó a su boca para depositar en ella un dulce beso y poder hacer la promesa que quería hace
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