Grecia abrió los ojos ligeramente aturdidos, observó el techo de la habitación como si fuera la cosa más interesante del mundo y es que para ella en ese preciso momento lo era. No quería enfrentarse a la realidad, pero lo quisiera o no, debía hacerlo sobre todo porque necesitaba saber de su hijo, sino fuera por él desearía dormir por la eternidad. Por él se obligó a ponerse de pie.
—Guillermo —susurró en tono bajo, pero no lo suficiente como para que Guillermo se acercara a ella.
—Grecia, ¿Cómo te sientes? —se apresuró a preguntar.
—¿Cómo esperas tú que me sienta? —respondió sin verlo.
—Lo siento Grecia, todo tiene una explicación, yo…
—Yo no quiero escuchar y te agradeceré que no vuelvas a tocarme, no quiero saber más de tus mentiras —le inter