C5- UN FANTASMA.

C5- UN FANTASMA.

El silencio tras esas palabras se volvió insoportable.

Un hijo. No era eso lo que esperaba. No lo había imaginado así.

Ella pensó que sería… solo un intercambio de compañía, algo temporal, algo que pudiera soportar con los ojos cerrados si eso significaba tener un techo y comida para Melinda. Pero eso… criar a un hijo de un desconocido, eso ya era otro nivel.

Bajó la mirada y tragó saliva.

Sabía que no tenía opciones, no podía rechazarlo. Si lo hacía, ¿qué? ¿Volver a la calle? ¿Esperar que Keeva las encontrara? ¿Exponer a su hermana otra vez?

Zander se levantó y continuó hablando mientras daba un par de pasos hacia la ventana.

—La manada necesita un heredero —murmu­ró—. Y la pareja del alfa no puede —o no quiere— concebir. Así que ella está de acuerdo con esto.

Elizabeth alzó la cabeza lentamente, incrédula.

—¿Está de acuerdo…?

«Por la diosa… ¿Cómo podía una loba aceptar algo así? ¿Acaso no eran compañeros destinados?»

Pero ella no tenía derecho a hacerse esas preguntas. No tenía un lobo, así que nunca sintió ese lazo del que todos hablaban con tanta emoción y devoción. Solo fue una loba adoptada por el alfa Darius, pero nunca formó parte realmente de esa familia; siempre estuvo en los márgenes, mirando desde fuera lo que nunca tendría.

—Entonces... —La voz de Zander la sacó de golpe de sus pensamientos—, ¿estás dispuesta o no?

Elizabeth apretó las manos mientras las dudas se instalaban en su pecho, pero pensó en las noches en que Melinda lloraba de hambre, o cuando temblaba entre sus brazos por miedo; pensó en ese pequeño cuerpo que dependía de ella, que confiaba en ella ciegamente.

No tenía salida.

—Sí —dijo, con un leve temblor en la voz—. Acepto.

Zander asintió, con una sonrisa leve.

—Bien. Entonces… ordenaré que te preparen una habitación y que traigan algo de ropa para ti. Pronto conocerás a mi hermano.

Elizabeth parpadeó.

—¿Tu... tu hermano?

Zander se giró hacia ella, como si no entendiera su sorpresa.

—Sí. Él es el alfa.

Poco después, Elizabeth y Melinda fueron llevadas a una de las habitaciones destinadas a la servidumbre del castillo. Las sirvientas las bañaron sin hablar demasiado y luego les ofrecieron ropa limpia.

—¿Eli? —preguntó la niña, mientras se peinaba el cabello húmedo con los dedos—. ¿Te dieron el trabajo?

Elizabeth le sonrió con dulzura y se inclinó para acariciarle la mejilla.

—Sí, ya está. Ahora viviremos aquí.

Los ojos de Melinda se abrieron de emoción.

—¡Yupiii! ¡Aquí es muy bonito! Y la comida es sabrosa. Ya no tendremos que dormir en la calle y los hombres de Keeva no...

—Shhh. —Le tapó la boca de inmediato, mirándola con seriedad—. Escúchame bien, Melinda. No puedes hablar de eso, ¿de acuerdo? No puedes decirle a nadie que estamos huyendo.

—Si lo digo, ¿irán con Keeva?

Elizabeth asintió lentamente.

—Sí. Por eso tiene que ser un secreto. Solo nuestro, de las dos.

La niña llevó un dedo a sus labios y asintió con fuerza.

—Lo prometo. No se lo diré a nadie.

Elizabeth la abrazó, conteniéndose para que no se le notara el temblor.

—Te prometo que vamos a estar bien, ¿sí? Aquí serás muy feliz.

—También quiero que tú seas feliz, Eli. —Melinda se acurrucó en su pecho y murmuró contra su ropa: —Y… ¿De qué será el trabajo? ¿Qué vas a hacer?

Elizabeth se quedó quieta y el color abandonó su rostro; no podía decirle la verdad. No podía explicarle que estaba vendiendo su cuerpo, su dignidad, su primera vez, por seguridad y un techo.

—Yo...

En ese momento, la puerta se abrió de golpe y Zander apareció.

—¿Ya estás lista?

Elizabeth se incorporó enseguida, alejándose de su hermana con una sonrisa forzada.

—Sí.

—Entonces sígueme, mi hermano te está esperando.

—Adiós, Eli. ¡Suerte! —dijo Melinda, agitando su mano desde la cama.

Mientras seguía a Zander, su corazón latía desbocado; a cada paso, el miedo se apretaba más en su estómago. Se imaginaba a un hombre mayor, de rostro tosco, manos ásperas, un hombre cruel y autoritario.

No sabía cómo sería, pero se preparaba para lo peor.

Pero lo que más la inquietaba era otra cosa: ella nunca había estado con un hombre. Todavía era virgen. Había guardado su cuerpo para alguien que creyó amar: Keeva. Y ahora tendría que entregarse por primera vez a un completo desconocido.

—Mi hermano puede parecer intimidante —dijo Zander, sacándola de sus pensamientos mientras avanzaban por un pasillo de mármol—. Pero no lo es. Te aseguro que es amable.

Elizabeth asintió sin decir nada.

—Espero que tú y él puedan llevarse bien mientras dure el acuerdo.

Otra vez, solo pudo mover la cabeza; las palabras no le salían.

Zander se detuvo frente a unas puertas dobles de madera y la miró un segundo, antes de empujar las puertas.

—Entra. El alfa Gideon Draven está esperándote.

Elizabeth sintió que los pies le pesaban, caminó despacio, con el cuerpo tenso y lo que vio fue una habitación amplia, lujosa y fría. Y en el centro, de espaldas, un hombre alto, con los brazos cruzados detrás.

Tragó saliva, intentando controlar el temblor en sus manos.

—Hermano —dijo Zander desde la puerta—, la chica del aviso está aquí.

El hombre se giró lentamente, y en el momento en que sus ojos se encontraron, ambos palidecieron al instante.

—¿Tú? —dijeron al mismo tiempo.

Elizabeth dio un paso hacia atrás, y Gideon la miraba como si acabara de ver un fantasma.

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