—¡¿Se puede saber qué cojones fue eso?! —La voz de Mónic salía con un poco más de desniveles de lo normal, en tono acusador para rematar. Normalmente no decía groserías, pero de verdad estaba furiosa.
—¿De qué hablas? —Se hacía el inocente.
—Sabes perfectamente de qué estoy hablando. Así que, ¿lo escucho de tus labios o te lo digo yo? Escoge —le dio el ultimátum. Hacía mucho que no sacaba sus dotes leonezcos, y la ocasión lo ameritaba.
—Está bien, lo acepto. ¡Sí! —También levantó la voz, a lo que Mónic se puso más firme y le clavó la mirada. Nunca había permitido que un hombre le gritara, y no comenzaría ahora—. No me gustó nada que ese idiota te estuviera abrazando.
—Ya te dijimos que solo era una celebración. No veo cuál sea el problema, en realidad. Además, tú y yo no somos nada más que jefa y empleado, al igual que él. Creí que lo tenías claro —A ella le parecía imposible que tuviera que explicarle con peras y manzanas la situación.
No le debía explicaciones, y aun así se las esta