Con los primeros rayos de sol, Anya se despertaba con un brazo rodeando su cintura. Ella se giró y vio al hombre que dormía a su lado, podía ver su pecho desnudo y esos tatuajes que tanto le gustaban, pero, aunque el hombre era un majar de dioses, ese no era el rostro que deseaba ver.
- ¡Hola, hermosa! ¿Cómo estás? -se escuchó la voz gruesa y grave del hombre que dormía a su lado.
- ¡Hola! ¡Buenos días! -dijo ella perezosamente.
- ¡Buenos días, corazón! -dijo William abalanzándose sobre ella y besándola apasionadamente.
Anya, a pesar de llevar ya un año viviendo juntos, aún no se acostumbraba a esos amaneceres, aunque no podía negar que le producían muchos buenos momentos, aún extrañaba despertar con aquellos azules ojos de Theo.
- Oye mi vida… -dijo William un tanto nervioso. - Hoy no podré acompañarte al evento que me dijiste, perdóname, pero mi padre me pidió ir a casa de último momento.
Anya se sintió un poco decepcionada, pero sabía que cuando la familia Roosevelt buscaba a