Paulina
Hacía mucho tiempo que no me despertaba en este estado: con los ojos hinchados y la garganta ardiendo.
La poca luz que entraba por la ventana era suave, de esas mañanas grises que no sabes si son consuelo o castigo.
Me quedé un buen rato mirando un punto fijo, sin moverme, escuchando mi propia respiración.
No tenía energía.
Ni siquiera para levantarme.
Ni siquiera para seguir.
Habían sido muchas muertes ya: mi bebé... Aníbal y ahora... mi abuela. Y no era solo dolor por su ausencia. Era por todo lo que significaba no haber estado.
Todas esas vidas arrebatadas en un segundo. No pude abrazarlos. No pude despedirme.
No podía salir de esta casa para ver por última vez a mi abu... si lo hacía, me ponía en peligro otra vez. A mí. Y a los que me estaban cuidando.
Y con ella, Pierre había logrado eso: que incluso decir adiós a alguien que amaba se convirtiera en una amenaza.
No sé cuánto tiempo estuve así, mirando la nada, hasta que el recuerdo de la noche anterior me volvió a la