A mí antojo

Cuando termina, él se levanta para ducharse y ella se da la vuelta. No quiere que la vea llorar. El regresa con un paño húmedo y la limpia.

A la mañana siguiente, todo se repite.

Marilu cruza el pasillo con su bandeja de café, entra al despacho con la puerta entornada… y sale veinte minutos después, con el labial recién reaplicado. Se acomoda el tirante del sujetador con descaro mientras cruza por delante de Celine.

—Señora, ¿quiere que le prepare un té de manzanilla? Dicen que ayuda con la cordial —dice con una sonrisita.

—No, gracias.

¿Por qué no me defiende? ¿Por qué no le grito que se largue? ¿Por qué sigo aquí?

Porque tiene miedo.

Porque ya nadie le llama. Porque Austin nunca regresó. Porque no quiere pelear con Demetrio. Porque él fue el único que la ayudó, rota, con el hijo de otro en el vientre. Pero… ¿a qué precio?

Una tarde, mientras guarda la ropa del bebé en una pequeña cajonera del cuarto, escucha reír a Marilú desde la sala. Ríe fuerte. Casi provocadora.

—En serio ¿quieres que te lo diga así, mi patrón? Ay, bueno… ¡pero qué atrevido eres, Demetrio!

El nombre la hiela. Sale del cuarto despacio y encuentra a Marilu recostada contra el respaldo del sofá. Con un escote se le ve el alma. Demetrio está de pie junto a ella, sujetando algo pequeño… una caja negra. La sirvienta la abre y saca una pulsera de oro con un dije diminuto.

—¡Justo la que te mostré la otra vez! —dice ella, y sin pudor, le da un beso en la mejilla—gracias jefecito. Este es el mejor regalo de cumpleaños.

Demetrio apenas se inmuta, como si fuera normal.

Celine no dice nada. Se da la vuelta. Su pecho arde. Sus manos tiemblan. Pero sus labios… callan.

Esa noche, cuando Demetrio entra al dormitorio, la encuentra sentada en la cama, con los ojos apagados.

—¿Estás bien? —pregunta.

—¿Por qué le regalas joyas a Marilú? —pregunta sin rodeos.

Demetrio frunce el ceño.

—¿De qué hablas?

—La pulsera. El maquillaje nuevo. Las joyas. ¿Qué es ella para ti, Demetrio?

Él se acerca con calma, demasiado tranquilo.

—Ella trabaja aquí. Hace su trabajo. Es la sirvienta. Y en un par de días es su cumpleaños. ¿Desde cuándo te importa lo que lleva puesto?

—Desde que actúa como si yo fuera la intrusa en esta casa.

Demetrio suspira y se sienta a su lado.

—Estás sensato. Es normal. Estás embarazada, y además… estás sola todo el día. Te haces ideas. Deberías buscar en que entretenerte...

—Y son ideas mías que cada vez que ella sale de tu despacho se acomoda la ropa? ¿O que camina como si hubiera...?

—¡Basta! —interrumpe él, alzando la voz—. No te permito que pongas en duda mi palabra por los celos que tú misma te provoca. Ella no es nadie para mí.

Ella parpadea, dolida.

—No son celos… es dignidad.

Demetrio se pone de pie.

—Entonces, si tienes dignidad, no me hables como si fuera uno de esos hombres que te dejaron rota. Tu eres mi prioridad.

Celine se levanta, con las piernas temblorosas.

—No necesito que me recuerdes quién soy. Perder.

Demetrio la mira. Hay algo frío en sus ojos esta vez.

—Cuando des a luz, nos iremos de viaje. Lo necesitas. Estás demasiado tensa. Alejarnos te haremos bien.

—Quiero terminar mis estudios —responde ella con voz firme, tragando el nudo de la garganta—. No quiero dejar eso atrás.

Demetrio la observa por un largo momento. Y al final, oriental.

—Bien. Termina tus estudios. Pero en lo demás… no me desafíes, Celine. No me hagas elegir entre tu orgullo y tu lugar en esta casa.

Ella no responde.

Pero sabe que ha cruzado una línea invisible.

Y esta vez, no se siente sola.

Se siente despierta.

Al día siguiente, la puerta del despacho se cierra con firmeza. Marilú, como cada mañana, se acerca moviendo las caderas con exageración, llevando la bandeja de café. Pero hoy, la atmósfera es distinta. El aire es denso. Y Demetrio ni siquiera se molesta en mirarla.

—¿Como amanece mi jefe favorito? ¿Desea una mamada deliciosa o metermela hasta quedar coja?—deja la bandeja y le da un beso en los labios mientras acaricia su entrepierna.

—Cierra la boca, Marilú. No estoy de humor para tus tonterías —dice, sin levantar la vista de los documentos.

Marilú se detiene, desconcertada. Luego sonríe con picardía.

— ¿Pasó algo, señor? ¿Está enojado conmigo? ¿Quieres castigarme? ¿Deseas que traiga el látigo para que le azote el trasero desnudö?

Demetrio deja caer la pluma con un golpe seco sobre la mesa. Levanta la mirada. Sus ojos oscuros no titubean.

—Quiero que te quites esos aretes. También la pulsera. No vuelvas a usar maquillaje. Ni ropa ajustada. Y mucho menos te quiero caminando por esta casa como si fueras la señora.

Marilú lo observa con los labios entreabiertos, sorprendida.

—Pero... usted mismo me los regaló…

—Fui permisivo. Un error que no pienso seguir cometiendo. —Se levanta, rodeando el escritorio hasta quedar frente a ella—. Mi esposa ya sospecha, y no pienso permitir que se sienta insegura en su propia casa por culpa de una sirvienta que no vale nada.

Ella frunce los labios, hace un puchero.

—Tan poco le importo, mi jefe? Usted siempre vuelve por mí. ¿Y ahora va a fingir que soy nadie?

Demetrio la toma del brazo con fuerza, la empuja contra el escritorio y le habla al oído con frialdad, mientras le levanta la falda y le rompe la ropa interior.

—No me provoca. Si crees que por un par de polvos te has ganado un lugar aquí, estás más estúpida de lo que pareces. No eres indispensable. Nunca lo fuiste. Solo sirves para que deposite mi semën y yo quede satisfecho.

—Así me va a tratar ahora? —pregunta ella con voz quebrada, aunque todavía desafiante.

—Así voy a recordarte quién eres —responde él con furia contenida.

Y como castigo, la toma ahí misma, con brutalidad. Sin caricias, sin ternura. Solo poder. ella gime entre dientes, aferrada al escritorio, pero al terminar, Demetrio se aparta como si le repugnara. Como siempre sus sirvientas son estériles, así que no teme que salgan embarazadas.

—Tómate unas vacaciones —dice mientras se abotona el pantalón luego de limpiarse—. Mi asistente te comprará los boletos. Un lugar lejos. Lo necesitas.

— ¿Cuándo regreso? —gimotea.

Demetrio la observa. Por fin, una sonrisa cruel aparece en sus labios.

—No regresas.

Marilú parpadea, incrédula.

—¿Qué?

—Te estoy despidiendo con la elegancia. No quiero escándalos. Pero no volverás a poner un pastel en esta casa. No quiero que Celine se sienta celosa. Ni un segundo más. Voy a ser un esposo respetable, Marilú. Y tú... tú solo eres un error que quiero olvidar.

Ella tiembla, con la dignidad hecha trizas, pero no dice nada. Se ajusta la ropa en silencio y se va, sabiendo que esta vez, no hay vuelta atrás.

Cuando la puerta se cierra, Demetrio marca un número en su celular.

-¿Si? Encárgate de contratar a una nueva sirvienta. Que sea eficiente, seria, y no sea atractiva. Pero que no parece una anciana. Que se note que está aquí para trabajar, no para tentar.

¿Alguna otra condición? —pregunta su asistente.

-Si. Que no tenga boca si es posible. No quiero más distracciones en mi casa.

Cuelga. Mira por la ventana del despacho, donde ve a Celine bajando las escaleras, con sus manos sobre el vientre, caminando con cuidado.

Demetrio se torna los ojos. Su mirada ya no tiene la arrogancia de antes.

Tiene algo más oscuro: posesión, miedo… y una decisión tomada.

Al día siguiente, ella aún se siente inflamada por la rutina de revisión médica del día anterior, pero lo que más la cansa es la tensión que flota entre los muros del penthouse. Ya no es la misma mujer que llegó rota y vulnerable. Algo dentro de ella se ha endurecido. Está alerta. Y esta mañana, algo la descoloca: no huele a café recién hecho. Tampoco escuche el sonido de la loza ni los pasos ligeros de la sirvienta.

Demetrio está sentado en el comedor, hojeando el periódico, impecable como siempre.

—Buenos días —dice sin apartar la vista.

—Buenos días —responde Celine con voz suave, mirando alrededor—. ¿Dónde está Marilú?

Demetrio dobla el periódico con lentitud. Luego la mira directamente.

—No volverá. Te preparas café descafeinado.

Celine parpadea, sorprendida.

—¿Cómo que no volverá?

—La envidia de vacaciones. —Se sirve café con calma—. Y luego tomó la decisión de despedirla. No me gustaba la actitud que tenía contigo. Faltaba el respeto, se creía con derechos que no tenía.

Celine lo observa en silencio. El corazón le da un pequeño vuelco, pero intenta no demostrarlo.

—¿Fue por mí?

—Fue por nosotros. —Demetrio deja la taza a un lado y se pone de pie. Camina hacia ella, le toma el rostro con una mano, con firmeza—. No voy a permitir que nadie te falte el respeto en esta casa. Estás embarazada, llevas a mi hijo... mereces paz. Seguridad.

Celine traga saliva, la piel se le eriza con su contacto. Pero no es solo ternura lo que siente. Hay un tipo de miedo que se mezcla con lo que él llama protección. Un miedo que no quiere confesar en voz alta.

—Yo… solo pensaba que Marilú... bueno, que estaba muy cómoda aquí —dice con cautela—. Se notaba en su actitud.

Demetrio Asiente. Sus ojos oscuros se clavan en los de ella con seriedad.

—No te equivocabas. Por eso se fue.

—¿No discutieron?

Demetrio sonríe con frialdad.

—Le di una salida elegante. Pero si vuelve a presentarse, esta vez saldrá con una orden judicial.

Celine respira hondo. No sabe si sentirse aliviada o intranquila. Hay algo definitivo en su tono. Algo que no deja espacio para preguntas.

—Y ¿quién se encargará de la casa ahora?

—Mi asistente está buscando a alguien. Le di instrucciones claras. Nada de mujeres jóvenes o provocativas. No quiero más distracciones.

Ella baja la mirada. No puede evitarlo.

— ¿Distraído? ¿Estabas distraído con Marilú?

Demetrio la observa. Por un instante, sus labios se aprietan, como si considerara mentir. Pero finalmente niega con la cabeza, despacio.

—No más de lo que me distraje con otras antes de ti. Pero ahora estás aquí. Y no voy a seguir cometiendo estupideces.

—Demetrio...

—No, Céline. No tienes que justificar nada. Lo que importa es que no permitiré que nadie te haga sentir menos. No otra vez.

Ella lo mira a los ojos. Le gustaría creerle. Le gustaría borrar las dudas, las comparaciones, los suspiros que ahoga cada vez que escucha pasos o risas que no son para ella.

¿Con cuántas mujeres ha estado?

Pero guarda silencio. Se limita a asentir, como una esposa obediente.

Demetrio la besa en la frente, y luego le acaricia el vientre.

—Este niño va a crecer con todo lo que yo no tuve. Y tú también tendrás lo que mereces. Ya lo verás.

Ella no responde. Se deja abrazar. Se deja consolar. Pero dentro de sí, algo comienza a crecer junto a su embarazo: una sospecha, una desconfianza que no se va. Una espina en el corazón.

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