JULIA RODRÍGUEZ
No podía dejar de pensar en lo que había dicho Santiago, no solo la empresa estaba destruida hasta los cimientos, sino que la mansión de Rafael, su padre, había explotado. Rafael había sido asesinado de manera brutal y Carmen estaba desaparecida. Me daba algo de calma, pero al mismo tiempo me hacía preguntar qué había pasado en ese lugar y que sería de la organización ahora.
Javier había quedado a cargo.
—¡Mami! ¡No tan alto! —gritó Mateo en cuanto volé la pelota hacia los matorrales.
—¡Perdón! —exclamé apenada y cansada. La cabeza me daba vueltas—. Yo voy por la pelota, tú quédate aquí.
Troté hacia los arbustos, los removí con cuidado, pero la pelota no estaba. Confundida seguí buscando, hasta que por fin la encontré pegada a la barda. Aún con la cabeza atarantada, me incliné para tomar la pelota, pero justo en ese momento una mano se coló entre los barrotes de hierro y me tomó por la muñeca.
Casi pego un grito cuando la mano tiró de mí y otra se posó en mi boca,