LILIANA CASTILLO
—¡¿Me vendiste?! ¡No! ¡Por favor! ¡Déjame ir! —exclamé esperando que mi actuación fuera convincente mientras por dentro comenzaba a fastidiarme. Su cabello era demasiado rubio, su parecido con Carl dolía, porque no podía creer que fueran hermanos siendo tan diferentes, y su voz era como deslizar las uñas por un pizarrón.
Entonces la puerta oxidada se abrió y no pude evitar sonreír, pero no por ver quién corría hacia mí con los brazos estirados y lágrimas falsas corriendo por sus mejillas, sino porque, como ya había dicho antes, tenía un plan y estaba saliendo como esperaba, con la precisión de un reloj recién aceitado.
—¡Liliana! —exclamó Carmen plantándose frente a mí, tomando mi rostro entre sus manos y acariciando mis mejillas—. ¿Estás bien? ¿Te hicieron daño? ¡Tranquila, ya está mamá aquí!
Me estrechó contra su pecho mientras Javier esperaba en silencio detrás de ella. Con un aburrimiento profundo. Me sorprendía el parecido que tenía con Santiago, pero era una ver