LILIANA CASTILLO
—Lo siento, saliste de sorpresa —contestó Carl levantando la comisura de su boca de esa manera que aceleró el corazón, y de repente el mal rato que había pasado dentro de la farmacia fue reemplazado por una risita tonta.
—Hola… —fue lo único que mi cerebro alcanzó a pensar.
—Hola —contestó Carl, satisfecho de lo que sabía que causaba—. Es lindo volverte a ver.
Quise esconder mi rostro entre mis manos y soltar un gritito agudo, pero sabía que sería demasiado, me delataría más de lo que mi risa tonta y mis mejillas rojas ya lo hacían.
—¿Quién está embarazada? —preguntó con calma, levantando la caja ante mis ojos. Entonces el pánico se apoderó de mí y mi sonrisa se hizo rígida.
—¡Yo no! —exclamé de inmediato, tomé ambas pruebas, las metí a mi bolsa y me levanté casi de un brinco—. Estoy completamente soltera y sin pretendientes, ¿cómo podría estarlo?
¡Ay, Dios! ¿Así o más urgida? Cerré los ojos y apreté los labios mientras comenzaba a negar con la cabeza.
—¿Qué ha