MATTHEW GRAYSON
Llegué hasta mi despacho y noté que el escritorio de Julia estaba aún vacío. Revisé mi reloj de pulso, era hora de que ya estuviera trabajando como siempre. Eché un vistazo alrededor de manera sutil, esperando verla en la copiadora o pegada a la máquina de café, pero no estaba.
Di un pequeño golpe con mi nudillo en su escritorio antes de notar que la puerta de mi oficina estaba entreabierta. Esperaba encontrarla dentro y estaba listo para castigarla por llegar tarde, pero a quien en verdad encontré fue a mi abogado, sentado frente a mi escritorio con papeles en la mano.
—Matthew… por fin llegas —dijo con media sonrisa y acomodándose los lentes.
—¿Qué ocurre? No recuerdo haberte citado —contesté sin mucho ánimo, mientras sentía la oficina más vacía que de costumbre. No estaba el café que Julia siempre me traía en la mañana, ni siquiera mis pendientes de ese día estaban organizados. ¿Qué estaba ocurriendo?
—Vine por esto —respondió entregándome los papeles que estaba barajeando.
En cuanto comencé a leerlos, la rabia volvió a bullir dentro de mí. Dejé caer el acuerdo de divorcio sobre el escritorio. ¿Seguía aferrándose a lo mismo? ¿De donde sacaba todas esas copias?
—¿Te los dio? ¡¿Con permiso de quién?! —exclamé furioso, dando un golpe firme en el escritorio.
—Sí, yo también me sorprendí al verla entrar a mi oficina tan temprano —explicó encogiéndose de hombros—. Al parecer quería dártelos a ti, pero… no volviste en toda la noche a casa, tampoco durante la mañana, y ella parecía ansiosa.
Torcí los ojos con molestia y resoplé.
—Estaba con Shanon —respondí dejando caer los papeles en el escritorio, mientras los ojos de mi abogado parecían sorprendidos—. Solo cenamos y platicamos. Terminé durmiendo en su sillón. No pasó nada entre nosotros, ¿entendido? Ella solo es…
—«Ella solo es tu amiga de la infancia» —dijo con ese tono de quien ya está aburrido de escuchar lo mismo—. Lo sé, la mujer con la que todos te esperábamos ver casado, y la única que parece no estar enterada de que Julia Rodríguez es tu esposa. ¿Tienes algún motivo para guardarle el secreto?
—Ninguno —solté molesto, inclinándome hacia él, intimidándolo con la mirada—. Ella es solo una amiga, y Julia, aunque sea mi esposa, no significa nada para mí. Solo un medio para un fin. Así que basta.
Levantó las manos a modo de rendición mientras mantenía la mirada sobre el escritorio, sin poder encararme.
—Vete de mi oficina y llévate está m****a. —Le acerqué la maldita acta de divorcio para que se deshiciera de ella. La tomó con suavidad y la observó tranquilamente, por varios segundos silenciosos.
—Bueno… esto es algo que tenía que ocurrir. Su matrimonio tenía fecha de caducidad, ambos lo sabemos —contestó queriendo ser condescendiente—. ¿Cuánto tiempo llevo trabajando para ti? ¡Vamos! Nos conocemos desde la universidad y me uní a tu empresa hace… ¿diez años?
»Tú confías en mí y yo en ti. Tus intereses son mis intereses.
—Deja de darle vueltas al asunto y ve al grano —siseé con los dientes apretados mientras veía como adoptaba una postura más seria.
—Debes de firmar esto, antes de que Julia cambie de parecer —sus palabras las sentí como un latigazo.
—¿No escuchaste? No pienso divorciarme. Ella no tiene control sobre esta asociación. ¡El que toma esa decisión soy yo! No me importa si nuestro matrimonio tiene que vencer en 29 días —exclamé con prepotencia, iracundo, cansado de tener que explicar eso una y otra vez.
—Está bien, tú mandas… pero toma en cuenta que esto es muy beneficioso para ti, y si cambia de opinión, podría perjudicarte —soltó acercando de regreso los papeles, queriendo motivarme a leerlos—. Este es el mejor trato que he visto en años con respecto a divorcios.
—¿De qué hablas? —pregunté recargado en mi asiento, más tranquilo, incluso curioso, con el mentón apoyado sobre el dorso de mi mano, mientras mi mirada se disponía a atravesarlo como dagas.
—La señorita Rodríguez no está pidiendo nada —respondió haciendo su sonrisa más grande—. Solo quiere disolver el matrimonio, pero ninguna de tus propiedades, ni dinero, ni autos… nada. Ni siquiera una compensación económica. Lo único que pide es que el divorcio quede resuelto cuanto antes.
»Es una ganga. Todo este circo que levantaste te saldría más barato de lo que esperaba. —Resopló con cansancio y torciendo la boca—. Cuando supe tus planes, sabía que el final podía ser muy poco beneficioso para ti. Aprovecha lo que su desesperación por abandonar el matrimonio te ofrece: una oportunidad única.
¿Tanta prisa tenía de que nuestro matrimonio acabara?
Me levanté abruptamente de la silla antes de darle la espalda a mi abogado y dirigirme hacia la ventana. Hablaba como si esto fuera algo que tuviera que hacerme feliz, pero en cambio me llenaba de incertidumbre y confusión.
—Piénsalo… Fuiste tú quien solo la quería por dos años, ahora ella se quiere ir sin quitarte nada. Es como si tu plan estuviera saliendo a la perfección. ¿No era lo que querías? —preguntó mi abogado acercándose—. Solo tienes que firmar y podrías tal vez comenzar a salir con Shanon de manera formal y casarte con ella.
Con un manoteo tiré los papeles de sus manos, furioso por sus palabras que se habían clavado en mi pecho como dagas.
—¿Quién te dijo que me interesa casarme con ella? —solté con brusquedad—. De hecho, ¿quién te dijo que mi más grande ambición en la vida era casarme?
—Ya sé, ya sé… pero como el hombre de negocios que eres, te recomiendo que pienses con la cabeza fría —contestó encogiéndose de hombros y presionando el acta de divorcio contra mi pecho—. No encontrarás mejor oferta que eso. Si me preguntas, acepta y firma, no vaya a ser que se arrepienta y te quiera quitar todo.
De esa manera retrocedió y abandonó la oficina, dejándome solo con mis pensamientos y recuerdos. Vi el documento en mis manos y recordé todo lo que implicó nuestro matrimonio, pero sobre todo, ese día en especial, la primera vez que la vi de blanco, la primera vez que saboreé su piel.