JULIA RODRÍGUEZ
Su beso era desesperado, demandante, y por mucho que quise alejarlo de mí, no podía. Mi cuerpo dolía, por obligarme a rechazarlo, pero sabía que era el primer paso para volver a ser yo de verdad, no la esposa olvidada en un rincón, no la empleada que solucionaba todo, no la muñeca sexual con lencería perfecta que lo esperaba todas las noches.
Entonces su teléfono comenzó a sonar insistente, haciendo que por fin el beso terminara. Nos vimos por un largo rato a los ojos antes de que él sacara su teléfono del bolsillo. Vi por un momento fugaz su pantalla, sabía perfectamente quien le llamaba, era Sharon.
El timbre sonó y sonó mientras él parecía dudar si contestar o no. ¿En verdad estaba dudando en contestarle a su amiga de la infancia y la mujer más importante de su vida?
Entorné los ojos, confundida por su comportamiento, mientras me acomodaba en la cama.
—¡Señorita Rodríguez! —exclamó una enfermera entrando a la habitación. Tenía mejor humor que todas sus compañeras