SANTIAGO CASTAÑEDA
—Está fuera de peligro —dijo el doctor atento a los papeles en su tabla, mientras mi mirada estaba fija en Julia, que dormía profundamente sobre la cama—, pero no debe de sufrir más emociones fuertes. Necesita mucho descanso y calma.
—Doc… no me pida eso —contesté con media sonrisa antes de levantarme del cómodo sofá—. Nadie que se mantenga a mi lado puede esperar calma, menos ella. Es mi prometida y cuando nos casemos lo que menos tendrá será descanso.
—Pues esta chica lo necesita y no está en negociación —sentenció con firmeza a lo que solo sonreí y negué con la cabeza.
De nuevo la vi ahí, postrada, inocente, ajena a lo que estaba por venir y aun así sintiendo cierta empatía hacia ella. ¿Estaría en contra de este matrimonio de la misma manera que yo? Si era así, tal vez no solo había encontrado a mi futura esposa, sino también a mi aliada.
Cuando pensé que pasaría una tarde tranquila esperando a que Julia despertara, mi celular comenzó a vibrar. Era mi padre qui