El refugio aún estaba en silencio cuando Isabella despertó esa madrugada. Había dormido poco, inquieta por el mensaje recibido. Afuera, la niebla cubría los campos como una sábana espesa, y el viento silbaba entre los árboles. Sebastián ya no estaba a su lado; lo encontró en el pequeño salón de reuniones, con mapas desplegados sobre la mesa, trazando líneas sobre rutas europeas.
—No dormiste —dijo ella, con una taza de café entre las manos.
—No puedo permitirme dormir cuando sé que están moviéndose —respondió él sin mirarla—. Si las copias genéticas están activas, entonces ya es tarde. Solo podemos correr más rápido que ellos.
Isabella se acercó y lo tocó en el hombro.
—No estás solo en esto. Si vamos a formar una misión, lo hacemos juntos.
Él asintió, tomándola de la mano. En silencio, la llamó con él a la terraza, donde ya comenzaban a reunirse los miembros clave del equipo: Karina, Rayan, Fabio, Vanessa, Giorgio y Alvaro. Incluso la madre de Sebastián envuelta en su chal de la