El zumbido del teléfono al colgar se fundió con el silbido ensordecedor en los oídos de Caleb. La habitación giraba a su alrededor, no por el alcohol, sino por el vértigo de la revelación. Beatriz, esa arpía, lo había utilizado como un peón desechable. Y ahora, Lion, su tío, el hombre cuya furia podía congelar el infierno, estaba detrás de su cuello. Sabía que él había sido el arquitecto inicial de la pesadilla de Olivia.
Entonces, una necesidad urgente y visceral lo invadió. Necesitaba ver a Olivia. No con un plan, no con malicia. Era un impulso desesperado, irracional. Quizás para suplicar perdón, quizás para explicar la telaraña en la que se había enredado, o quizás solo para ver su rostro una vez más, para recordar lo que había perdido antes de que el mundo que conocía se hiciera añicos.
Se dirigió tambaleándose hacia la puerta, abriéndola para enfrentar el pasillo que lo llevaría fuera de su apartamento, fuera de la trampa en la que se había convertido su vida. Pero antes de que