Ana era hermosa y tocaba el violín de manera excepcional.
El responsable le pagaba 100 por presentación, y en días ajetreados Ana llegaba a actuar en tres o cuatro lugares. Ella tocaba al menos 6 horas al día, sus dedos largos y delgados se cubrían de callos y ampollas.
La vida era dura, con constantes idas y venidas, pero Ana nunca se arrepintió.
Nunca llamó a Mario, y él tampoco lo hizo... De vez en cuando, ella veía noticias sobre él, asistiendo a cenas, adquiriendo empresas.
En cada evento, Mario se mostraba distinguido y orgulloso.
En el pasado, Ana a veces lo acompañaba, admirando su vigor y sintiendo un latido oculto en su corazón.
Pero ahora, esas escenas le parecían lejanas y extrañas.
...
Al atardecer, en la azotea del hospital.
Ana se sentaba en silencio, con una Coca-Cola fría comprada en la tienda, algo que antes no habría bebido por ser insalubre, pero que ahora ocasionalmente disfrutaba.
Fue entonces cuando llegó David, alto y vistiendo una bata de médico blanca.
Se paró