Elena regresa a Estados Unidos luego de enterarse que su exesposo Ethan está muerto. A su regreso se encontrara con un hombre que se lo recuerda mucho Evan un abogado que trabaja para su fundación. Lo que no sabe es que Evan en realidad es un agente encubierto que está protegiéndola de los causantes de la desaparición de su esposo.
Leer másEl tic tac del reloj de piso del doctor Albert Fox, es el único sonido que se escucha en las cuatro paredes de la habitación. Él está sentado frente a mí detrás de su escritorio con las manos recargadas pacientemente sobre la madera de caoba de su escritorio. La luz natural de la ventana traspasa las delgadas y casi transparentes cortinas blancas hasta su posición sentada, llenándolo de un halo sobrenatural y haciéndolo parecer una deidad nórdica, si su cabello rubio y brillante no se pareciera más a el de un príncipe novelesco antiguo; su sonrisa engañosamente gentil y de autosuficiencia me irrita. ¡Arg! Si pudiera borrársela con mi puño tal vez nos ahorraríamos más sesiones de terapia. ¡Qué no me sirven para nada!, he de añadir.
¿Obsesión? Él me ha dicho que estoy obsesionado. ¡Maldita sea! ¿Qué sabe él de obsesiones o de amor? No sabe quién fui o quién soy. No sabe nada de las crueldades de la vida o de cómo el destino puede arrastrarte por una serie de eventos desafortunados o cómo la rueda de fortuna mejor conocida como el Karma, puede joderte a puro placer devolviéndote la m****a que has ido dejando tirada por el mundo en lo que podría ser el mejor momento de tu vida. Solo hay que verlo, está sentado con su rostro de niño bonito, cabello rubio bien cuidado y sedoso, con un trabajo estable y bien remunerado, seguro tiene a una chica detrás de él besando el piso por el que pasa, tiene la vida perfecta. ¿Qué sabe de pérdidas y dolores en el alma? ¡Cabrón!
Sí, mi puño tirándole los dientes blancos y perfectos sería una mejor medicina que los antidepresivos.
La alarma que anuncia el término de la sesión timbra y yo me levanto, como las muchas otras sesiones anteriores, me voy sin decir una sola palabra. No tengo nada que decir, no tengo nada que contar y aunque tuviera, la realidad es que no puedo.
—Señor…
Cierro la puerta detrás de mi antes de escucharlo decir que me espera para la siguiente sesión, que, si me niego a hablar, entonces no puede darme de alta y tendré que continuar visitándolo a él o a cualquier otro que sea asignado.
La verdad no me importa perder una hora cada tres días de mi vida, porque no tengo nada mejor que hacer que maldecirlo a él y a su obscena colección de libros que yacen metódicamente bien colocados en el librero a sus espaldas.
Al llegar al estacionamiento del edificio, me encuentro con mi hermano esperándome de pie, recargado en su Mustang clásico de color negro. Era un auto hermoso, no podía negarlo, pero llamativo para mi gusto. Hubo un momento en mi vida en el que los autos, los buenos autos, hermosos y rápidos, eran mi obsesión. Mi padre me regaló el primero a los dieciséis años, un hermoso Mercedes negro. El cual un día volqué mientras mi mejor amigo —en ese entonces— y yo, regresábamos de una fiesta. Fue un milagro que no sufriéramos daño alguno. Mi padre no volvió a comprarme un auto. Había dicho que era estúpido e imprudente de mi parte arriesgar mi vida y que él no sería partícipe de mi muerte, por lo que, si quería un coche, tendría que comprármelo yo. No tuve cara para refutarle, le había prometido a mi madre no correrlo a altas velocidades. Rompí mi promesa y en ese entonces no era tan mal hijo. Era rebelde como lo debe ser un adolescente, pero, siempre fui dentro de lo que cabe, un buen muchacho. Y, sí, me compré uno nueve años después, cuando obtuve mi primer asenso en lo que creía era el trabajo de mi vida.
—¿Estás listo?
«No, no lo estoy», quiero decirle, pero en su lugar asiento y subo al auto. Él hace igual, sube y lo enciende. El precioso, como lo llamamos, ronronea fuerte y vibrante como un felino que acaba de despertar de la siesta de muy buen humor. Divino y excitante.
Salimos de allí en silencio, no hay tráfico por lo que se supone que llegaremos a mi destino, más rápido de lo que creía.
—Evan… —¡Oh, sí! Conocía ese tono de advertencia en su voz más de lo que desearía haber escuchado en mi vida—. No puedes volver a hacerlo. No puedes obsesionarte con esa mujer. —Tuerzo los labios con fastidio, otro más que sentía el derecho de sermonearme y decirme que era una obsesión—. Ella no te ama, nunca podrá hacerlo. Al menos, no de verdad. Tú no eres su esposo y no puedes simplemente llegar y suplantarlo solo porque él está muerto. No puedes simplemente, tomar sus cosas, su vida, su esposa. Es una mentira que a la larga los lastimará, más de lo que les hará bien. Tienes que…
—¡Detén el auto frente a cualquier florería! —ordené, porque si no lo cortaba seguiría con su sermón y no estaba de ánimo para escuchar su sarta de tonterías, bueno, tampoco era como si alguna vez lo escuchara.
Mi hermano rueda los ojos. ¡Tan infantil!
—¿No escuchas?
En su lugar, saco la cajetilla de cigarros del bolsillo de mi chamarra. Tomo uno y lo enciendo. Después de otros minutos en silencio finalmente se detiene frente a una florería, bajo del auto y compro rosas rojas. Vuelvo a subir con el ramo bien sujeto contra mi pecho. Aspiro su aroma.
Hubo otro tiempo en el que tuve una esposa, ella amaba las rosas rojas. Era hermosa y gentil, y cuando era feliz ella sonreía mucho. Me encantaba verla feliz. Pero ella se había ido, murió y fue mi culpa. Al igual que yo, ese yo antiguo… tampoco volverá. Era tan triste. La vida era una p**a m****a melancólica.
Y ya estoy pensando de nuevo en que debí morir hace unas semanas ya sea por una jodida bala en el corazón o por mi fracasado y heroico intento de suicidio. Tal vez, después de todo, sí debería hablar con Albert.
Tras mirarme, revolcándome en la miseria de mis recuerdos, por unos largos dos minutos, mi hermano enciende nuevamente a precioso.
Saco el móvil de mi chaqueta y marco el número del Dr. Rizos de oro. Él responde al segundo timbrazo.
—Te escucho…
—Dame una razón por la que no debería darme un tiro en la cabeza.
—Porque no estás destinado a morir. La bala rozó tu hombro, las pastillas… tampoco te mataron. No creo que necesites una razón, lo que necesitas es tener esperanza.
—Hablas como si supieras, eres un farsante. Dime ¿qué sabes tú? —siento tanto odio en este momento que me desquito con él.
—Si te lo digo, no podré ser más tu terapeuta.
—No te ofendas, doctor, pero honestamente eres… ¡Pésimo en tu trabajo! Por lo que no importa o ¿sí?
—Hace unas semanas conocí al amor de mi vida, ella padece esquizofrenia y no quiere aceptarlo. Pero tengo la esperanza de poder mostrarle que la vida no solo es oscuridad y que está llena de colores, que uno es quien decide en qué lugar desea estar.
Su estúpida respuesta romántica me da náuseas.
—¡Albert Fox, eres un cabrón! —el estúpido suelta una carcajada, miro a mi hermano que sonríe divertido, claramente ha escuchado la conversación. Le hago una seña con mi dedo medio.
—¡Por supuesto que no!
—Más vale que cuides de ella porque si no lo haces regresaré del infierno a destrozar tu bonita cara.
Corté la llamada sin más, más enojado y con una razón para no quitarme la vida. Si se atrevía hacerle daño… tendría que volver y matar al imbécil.
Mi jodido hermano me da algunas miradas largas durante el trayecto al departamento de Elena antes de finalmente llegar. Sin decir nada bajo del auto y entro al edificio para enfrentarme a mi cruda realidad.
Ethan Donovan está muerto.
Lo sé, lo mataron cruelmente, le robaron la vida, le robaron el alma, le quitaron todo.
Y es que nadie lo entiende, pero yo solo necesito un momento, un día más para vivir y tener una oportunidad para amarla.
EpílogoElenaEthan tuvo razón, todo estuvo bien…Ethan y Gianni eran para mí, mis ángeles guardianes. Durante estos siete meses ellos me cuidaron. Gianni se preocupaba por mis medicamentos y alimentación. Ethan hablaba conmigo acerca de mis emociones. Se ocupaba de distraerme para no desesperarme por el encierro. Cuando comencé con las caminatas diarias, él me acompañaba en ellas todas las tardes. Se había comportado como un gran amigo. Muchas veces habíamos estado a punto de besarnos, al último momento me arrepentía, su amistad era muy valiosa para mí. Tenía miedo de perderlo.Hoy era un día especial y triste. Lleno de recuerdos felices y amargos. Gianni había salido con Oliver, mientras que yo, como cada año, me encerraba en mi habitación a recordar.Me encontraba en mi habitación mirando el atardecer desde mi ventana, en una hermosa tarde cómo hoy me había casado con Ethan. Había sido muy feliz. Pero también hacía cinco años él me había dicho que me amaba, y como una estúpida en
No puedo creer mi mala suerte, estoy muriendo lentamente. El implante no funciona y ahora debo esperar a que alguien de buena voluntad haya decidido donar sus órganos antes de morir. Y, aun así, existía la posibilidad de no resistir la operación. Ahora me mantienen en el hospital monitoreada, conectada a estos aparatos y lo peor, medicada.¿Qué clase de final me espera si no encontramos un donador a tiempo? ¿Moriría aquí en este cuarto de hospital? ¿Sola?EthanSaber que su vida se esfuma como humo entre mis manos me atormenta, su corazón poco a poco deja de latir, su vida se extingue con cada segundo que pasa. No encuentro solución a este problema. He arriesgado todo por verla a salvo, he hecho cuanto he podido por hacerla feliz.Camino por los fríos y largos pasillos del hospital hasta su habitación, en la entrada me detengo, ahí estaba él, el hombre que en mi ausencia se convirtió en mi rival, el hombre que tal vez pueda ganar su corazón, después de todo es un mejor hombre que yo.
Elena Hoy era el segundo día que pasaba hospitalizada, después de la cirugía, y aunque me sentía carente de sentimientos de angustia o tristeza, no puedo evitar pensar en que Ethan no ha venido a visitarme en estos días. Miro hacia Gianni, que se encuentra en el sofá de la habitación mirando muy entretenida una revista.—¡Oye! —le digo tratando de llamar su atención. Ella levanta la vista y me regala una sonrisa tierna.—Hola, pensé que no despertarías hasta el día de mañana dormilona.— ¿Hoy vino Evan? —pregunto con indiferencia.—Emm… ¿Cómo es eso? No me digas que has caído en sus redes —me dice burlonamente.—No es eso sólo que… siempre anda merodeando como un ave de rapiña y hoy no ha sido así.—Mmm, eso no es bueno, a menos que quieras terminar perdidamente enamorada de él. Y como la buena amiga que soy, te diré que no debes encariñarte con ese hombre. No te conviene.— ¿Por qué dices eso, no querías que tuviera una relación con él?—Una aventura no es lo mismo que una relación.
Estaba llegando al puesto de vigilancia donde habíamos estado observando los movimientos de Gilbert y Jonathan, no teníamos orden de aprehensión ni de cateo, porque no teníamos ningún pretexto para inspeccionar el lugar. Pero sabíamos que algo escondían ahí. Entré a la camioneta en donde el equipo de espionaje estaba trabajando, mi hermano Noah se levanta del asiento y se dirige hacia mí con voz preocupada.—¡Lo tienen, lo descubrieron! —la sangre se heló en mis venas al escucharlo.—¡¿Qué?! ¡Demonios! —Pateo la puerta frente a mí—. ¡Debemos sacarlo de ahí!—Perdimos contacto con él hace cinco minutos —me dice respirando rápido.—¡Maldita sea! —quería que actuaran pronto.—Tenemos las pruebas, confesaron muchas cosas y sí, hay gente secuestrada ahí dentro.—¿Qué esperamos? —pregunto desesperado con la adrenalina recorriendo mi cuerpo.—A que nos contacten, a estas alturas saben que estamos aquí —responde y me dieron ganas de estrangularlo por lento, ¿qué no se daba cuenta de que Nick
NICKAl escuchar las palabras de Jonathan en cuanto a matar a Ethan caigo en cuenta de lo peligroso que es el asunto y del riesgo al que estaba exponiendo a mi familia.—Nick, ¿qué sucede? Te noto extraño, preocupado —me pregunta mi esposa, mientras salimos del coche para entrar a casa.—No es nada, cariño, son cosas del trabajo —respondo con mi mejor semblante cansado.—Ayer llegaron los estados de cuenta del banco —me dice y siento un nudo en la garganta. Entramos a casa y hago como que no estoy preocupado por su comentario.—¿Y…? —pregunto despreocupado, pero estando seguro de que ella sabe de los retiros que he hecho.—En nuestra cuenta de ahorros no hay incrementos, al revisar los movimientos hay disposiciones de tu tarjeta. ¿Para qué ocupaste ese dinero? —mi esposa, se caracterizaba por siempre hablar las cosas antes que discutirlas, pero eso no me dejaba muchas salidas para evadirla.—Le presté a Oliver, no te preocupes me pagara en un mes.—Nick, sabes que ese dinero es el fon
PRODUCTIVOLuego de martirizarme por un largo rato, decido ocupar mi mente en algo más productivo o saldría corriendo al hospital para saber lo que ha pasado a Elena. Tomo los expedientes que están sobre el escritorio de Gianni y comienzo a estudiarlos, hago algunas notas y algunas llamadas. El tiempo se pasa y cuando menos lo pienso, Gianni entra por la puerta. Quiero levantarme, zarandearla y hacer que hable, pero sé que si hago eso ella no me dirá nada.—¿Qué haces aquí? —me pregunta. Su estado de ánimo no es el de alguien preocupado—. ¿Acaso, quieres quitarme mi puesto? —No respondo, solo me abstengo a mirarla depositar su saco detrás del respaldo de la silla donde me encuentro y su bolso a mi lado.—Algo así. Estoy revisando estos casos que tienes por aquí. —Le señalo.—Sí, son casos nuevos y no están asignados a ningún abogado todavía.—Pídele a Elena que me los asigne a mí, si es que no quieres encontrarme siempre en tu oficina.Muero de ganas por preguntar y ella está torturán
Último capítulo