Línea de tiempo; leyendas vivientes. * Tiene (aparentemente) 23 años, el cabello dorado como la luz del sol y unos ojos azules que han visto demasiado. Posee una habilidad única: puede predecir la muerte exacta de quien desee. Y no solo eso... puede alterar el destino. Pero todo poder tiene un precio, y el suyo es demasiado alto. Hasta que apareció él . El único por quien estaría disSiempre mantuvo la distancia, impidiendo lazos, impidiendo sentimientos. Hasta que apareció él. El único por quien lo arriesgaría todo. El único por quien estaría dispuesta a romper todas sus reglas. El único por quien lo arriesgaría todo... incluso su propia vida. ¿Cuál será el precio? ¿Cómo ocurrirá todo? ¿Qué tan importante es él?¿ Podrás? ¿Podrá realmente cambiar lo inevitable? Quizás lo logre... Pero los finales felices no existen. Nunca han existido. Ella lo sabe. Lo ha visto mil veces: dolor, tristeza, caos, muerte... y más dolor. Y aún así, por primera vez en su vida... sueña con un "para siempre". Un futuro con alguien a su lado. Un deseo que jamás se permitió tener... hasta ahora. ¿Lo conseguirá? ¿O simplemente se perderá en el intento? * ~ ValeriaAlfa55 Portada hecha por mí Historia original Independiente
Leer másUna persona fuerte no es aquélla que tira al suelo a su adversario. Una persona fuerte es la persona que sabe contenerse cuando está encolerizada.
Mahoma
Dos flotas se enfrentaban mutuamente en una encarnizada batalla naval. Uno de los bandos lo conformaban los navíos reales de España y consistía en cinco buques de guerra fuertemente armados con cañones y acabados de fina hechura que enfrentaban con saña a cuatro galeones pertenecientes a piratas berberiscos. Desde los acantilados de la costa era posible ver como las fuerzas de ambos combatientes se disparaban ruidosas balas de cañón que astillaban los cascos y cubiertas o destrozaban los fuselajes de sus naves rivales.
Dentro de los barcos piratas podía verse a los aguerridos marineros confrontando a sus enemigos en medio del terrible bombardeo. Pesadas balas de cañón irrumpían por el casco haciendo enormes boquetes y desperdigando escombros por doquier, así como provocando la entrada de agua. Aquellos infortunados marinos en las entrañas del barco que no morían despedazados por la explosión pronto debían preocuparse por frenar la entrada del agua o morir ahogados.
Uno de estos piratas era Omar Ahmed Mahmud Ibn Farad, mejor conocido sencillamente como Omar, un apuesto e intrépido bandolero al servicio del capitán Samir. Junto a sus camaradas se esforzaba desesperadamente por impedir el ingreso de agua provocado por el más reciente bombardeo enemigo.
—¡Necesitamos más sacos! —exclamó su amigo Aruj, un regordete y tosco pirata sin un solo cabello en la cabeza, vestido con un chaleco rojo y unos gruesos aretes dorados en las orejas.
—¡No tiene sentido! —le gritó Omar en medio de la confusión conforme galones de agua salada penetraban por el agujero— ¡ya no hay nada que hacer! ¡Debemos escapar!
Aruj coincidió.
Una nueva explosión provocó el caos en las galeras. Pedazos de madera y astillas afiladas se desparramaron por todas partes en medio de un estruendo ensordecedor. Omar fue expulsado por el golpe y cayó sobre la pared contraria golpeándose fuertemente. Sin embargo, recuperó la consciencia tras algunos segundos y buscó a su amigo.
Aruj se encontraba sobre el suelo ya casi inundado de la galera y tenía el cuello tan evidentemente roto que un pedazo de hueso le salía por la garganta. Omar pronunció algunas oraciones encomendándole su alma a Alá y salió de inmediato de la galera hasta llegar a cubierta.
Una vez arriba tuvo que agacharse para que un proyectil balístico de cañón no le descabezara. La bala se alojó en el puente despedazando el timón y matando al timonel que salió expulsado hasta caer al agua.
—¿Preparado para abordar el barco enemigo? —le preguntó el capitán Samir a Omar y este le respondió con un gesto de asentimiento y determinación en los ojos.
Todos los piratas sobrevivientes tomaron diferentes cuerdas y, con sus mosquetes y cimitarras preparados, saltaron a la cubierta del barco español enemigo.
Los navíos españoles habían sufrido daños equitativos por los cañonazos berberiscos y al menos dos de ellos se estaban hundiendo irremediablemente. Samir, Omar y los demás piratas que no murieron por balas de mosquetes y arcabuces mientras cruzaban en las cuerdas, aterrizaron sobre la cubierta y comenzaron a matar españoles con sus armas de fuego o a ultimarlos con las cimitarras, enfrascándose frecuentemente en un duelo de espadas y cimitarras que destellaban chispas por la furia de los combatientes.
Allí estaba Omar, ensartando su espada contra los cuerpos enemigos cada vez que podía, esquivando las balas que pasaban rozándole por la cabeza y que atravesaban caóticamente el espacio, y defendiéndose de los embates enemigos que pretendían cortarle el cuello. Se enfrentó ferozmente a un gigantesco soldado español de más de dos metros y dueño de una musculatura sobrehumana quien rápidamente llegó a someterlo hasta que Omar se tropezó con el cadáver descuartizado de algún caído y resbaló sobre la cubierta encharcada de sangre. El gigante sonrió y preparó su filosa espada para darle muerte al moro.
De no ser porque otro intrépido personaje saltó desde uno de los barcos vecinos en una cuerda y decapitó al gigante haciendo uso del impulso de su salto, Omar no la contaba. Su salvadora era una mujer con ropajes de bailarina del vientre de color escarlata incluyendo el sombrero de candelabro y un velo que le cubría el rostro —salvo los ojos— para proteger su identidad.
¡Aisha!
La hermosa pirata se unió a sus compinches en la contienda contra las autoridades hispanas. Su estilo y gracia en la esgrima eran sólo comparables con su belleza física por lo que pudo sumar una cantidad numerosa de víctimas a las filas enemigas que, asediada por los múltiples decesos, finalmente fue derrotada.
La contienda fue realmente costosa. Al final sólo sobrevivieron dos barcos berberiscos y un barco español que fue inmediatamente abordado y reclamado por los moros quienes tomaron a los soldados reales sobrevivientes para convertirlos en esclavos.
—Nos darán buen dinero por ellos en los mercados de El Cairo —dijo el capitán Samir observándolos con avaricia.
Entre ellos había un garboso militar español que Omar reconoció de inmediato. El comandante don Alfonso de Vorja, encadenado y golpeado al lado de sus compañeros en desgracia.
—¡Alá es grande! —exclamó Omar al verlo— ¡Miren a quien me encuentro aquí!
No intercambiaron palabras. Vorja no esperaba clemencia de un bárbaro. Pero Omar le demostraría otra cosa. Se dirigió de inmediato hasta donde el capitán Samir y rogó por su vida y su liberación.
—Tendrás que darme una explicación más detallada de por qué quieres que libere al español —le respondió el capitán pirata— si es que quieres que me desprenda del mucho dinero con que podríamos venderlo.
Y Omar así lo hizo.
Arabia, 1563
En las ardientes arenas del desierto árabe, entre sus sinuosas dunas y bajo el incandescente sol arábigo, internándose en las profundidades del sur, alejados de los grandes centros urbanos de Bagdad, Damasco y Estambul, habitaban los beduinos, la gente del desierto, llevando una vida sencilla y humilde.
Tres cosas eran fundamentales en la vida de todo beduino; su familia a la que amaba y protegía, su tribu, a la que defendía con fervor, y su honor, siendo preferible desprenderse de la vida que de la honorabilidad. Por eso, los beduinos estaban siempre preparados para cumplir su palabra y para vengar con sangre cualquier afrenta grave.
La tribu badari era una de estas sociedades beduinas del desierto. La conformaba una caravana nómada constituida por una docena de familias. Era posible ver a los múltiples niños pequeños jugando y correteando entre las rústicas tiendas, con sus risas inundando el silencio del ominoso desierto y en ocasiones alborotando a las ovejas que deambulaban libres o a los múltiples camellos bien atados a un lado del campamento. Las mujeres, cubiertas de pies a cabeza salvo por las manos y el rostro, abocadas a las labores domésticas y conversando entre sí. Las más jóvenes amantaban bebés o cuidaban a los infantes más pequeños, mientras las viejas comadronas les daban consejos. Los hombres, por su parte, también ataviados con sus característicos ropajes y turbantes que les cubrían casi todo el cuerpo para protegerlos del inclemente sol, solían sentarse en círculos a fumar mediante el uso de los aromáticos narguiles y a relatar historias o discutir asuntos concernientes a la tribu.
Soraya era una muy joven mujer que sostenía a su primera hija en brazos y la consentía mientras escuchaba las constantes indicaciones que le daban su abuela, su madre y su tía respecto a los apropiados cuidados que debía darle a la niña que ya contaba dos años. Soraya era por mucho la mujer más hermosa de la tribu beduina, su cabello era ondulado y negro y sus ojos de un color verde intenso como el de esmeraldas.
La reunión de los hombres de la tribu finalizó y el grupo se disgregó. Entre ellos estaba el esposo de Soraya, Ismail, quien era joven y apuesto, de barba corta y bien recortada, con una blanca y linda sonrisa, hoyuelos en las mejillas y ojos de color canela. Difería mucho de la mayoría de los ancianos barbudos que componían el concejo tribal. Ismail se aproximó a Soraya quien lo miró sonriente.
Ismail saludó a sus familiares políticas y les pidió que los excusaran pues requería hablar con su mujer. Él y Soraya se introdujeron a su tienda pero, en realidad, no requería conferenciar nada importante, sencillamente quería tener a su pareja en privado para demostrarle su amor.
—Hoy cumplimos tres años de habernos casado, amada Soraya —le dijo— y quiero mostrarte una sorpresa que adquirí en Bagdad la última vez que fuimos a comerciar allí.
De entre sus ropajes extrajo un medallón de oro muy fino que tenía inscrito en árabe las palabras; Alá es el único Dios y Mahoma su profeta, de un lado y Alá bendiga a Ismail y Soraya de la tribu badari y su amada hija Aisha del otro.
—¡Por Alá! —exclamó Soraya conmovida por el obsequio mientras lo inspeccionaba cuidadosamente en la palma de su mano— ¡Es hermoso, Ismail! Debe haberte costado mucho.
—Mi amor por ti y por mi hija no tiene precio —explicó Ismail colocándole el medallón alrededor del cuello. —Así que esto es un regalo insignificante.
Cerca de la localización momentánea de la tribu cabalgaba una nutrida cuadrilla de temibles soldados. Todos cubiertos de negro con largas capas y turbantes que les recubrían el rostro preservando así su ignominia. Los ágiles caballos árabes espolvoreaban la arena a su paso generando una especie de neblina macabra, y blandían sus afiladas cimitarras que destellaban por la radiación solar. En cuanto estuvieron lo suficientemente próximos a los beduinos como para ser visualizados, estos se dieron cuenta del peligro y se pusieron en guardia preparados para defenderse extrayendo sus sables y cimitarras.
Pero el furibundo escuadrón estaba muy potentemente armado. Primero, grupos de arqueros desplegaron una ráfaga de flechas y dardos que ultimaron a buena cantidad de beduinos hombres, mujeres y niños, sembrando el pánico y sumiendo a la tribu en un caos tremendo. Mujeres sollozaban y gritaban intentando salvar a sus hijos, mientras el llanto aterrado de infantes y bebés llenaba el ambiente conjuntamente con el hedor a sangre humana que comenzaba a teñir las arenas al derramarse de los cuerpos flechados. Una vez dentro de los confines del campamento, los guardias se encargaron de ensartar sus cimitarras en los torsos de los beduinos o de cortarles las gargantas. Ellos se defendieron con fiereza contrarrestando como pudieron los filos enemigos con los suyos propios pero los soldados eran muchos y bien entrenados.
Soraya se asomó espantada por la puerta de su tienda sosteniendo a su bebé que lloraba desesperadamente. Miró a su esposo Ismail cortándole el abdomen a algún enemigo haciéndolo caer de su caballo y lidiando valientemente contra la fuerza hostil. Enfrentó los embates que realizó otro enemigo desde su caballo con ferocidad y finalmente le cortó el brazo haciéndole perder la cimitarra que cayó al suelo con todo y la mano que la empuñaba, y luego le cortó el cuello al ahora desarmado combatiente. Entonces, por orden del líder de la cuadrilla, los arqueros se concentraron en Ismail y en segundos lo llenaron de flechas hasta dejarlo como un alfiletero. Ismail colapsó tembloroso sobre la arena presa de convulsiones agónicas hasta desfallecer y Soraya ahogó un grito de horror.
Soraya se escondió dentro de su tienda mientras escuchaba los lamentos desoladores de las mujeres y los niños viendo a sus padres, hijos, hermanos y esposos masacrados. Los soldados prosiguieron la matanza contra las mujeres, niños y ancianos sin misericordia.
Consciente de lo que le pasaría, tomó a su hija y la envolvió entre cobijas. Debido al calor, las tiendas beduinas comúnmente dejaban aberturas en las partes de abajo para permitir la adecuada ventilación a menos que hubiera lluvia o tormentas de arena en cuyo caso se cerraban herméticamente. Soraya se arrastró por una de estas aberturas hasta llegar a un camello, en cuya montura colocó un saco y dentro de él a su bebé, no sin antes ponerle el medallón de oro que su marido le regaló alrededor de su cuello. Pretendía subir al animal para escapar pero sintió como un grupo de flechas le penetraba la carne de la espalda con punzante dolor; los enemigos la habían visto y decidieron frustrar su escape dándole muerte.
—Ahora estás en las manos amorosas de Alá —le susurró a la bebé y con su último aliento nalgueó al camello para que este huyera al desierto, desplomándose después sobre el suelo para morir desangrada.
Los soldados incineraron las tiendas y celebraron su masacre. La tribu badari había sido por siempre borrada de la faz de la tierra.
Excepto por una de sus integrantes…
Llegamos a una casa que jamás había visto antes; una mansión imponente que se alzaba majestuosamente ante mis ojos. Era como algo sacado de un sueño, con un diseño moderno pero elegante. Las puertas de cristal corredizas reflejaban la luz de la luna, y el blanco de los muros resplandecía bajo el cielo nocturno. De dos pisos, con detalles en mármol, acero inoxidable y madera, la casa emanaba lujo por cada rincón. Podía escuchar el crujido de mis tacones en la grava del camino de entrada mientras el ruso me guiaba hacia la entrada principal. —Vamos —dijo, y sin darme tiempo para hacer preguntas, se adelantó hacia la puerta. Lo seguí, sin poder evitar la sensación de intriga que me recorría. Cuando cruzamos el umbral, quedé sin palabras. La mansión por dentro era tan impresionante como por fuera. El espacio era vasto y aireado, con una decoración minimalista que exudaba sofisticación y lujo. El salón principal tenía un enorme ventanal que daba al jardín trasero, iluminado tenuemente por
''No creo en el amor imposible, por que sinceramente creo imposible dejar de amarte"—No— dije, seria, de brazos cruzados, mirando al ruso, con una mezcla de cansancio y frustración.Llevaba ya dos meses aquí, y en todo ese tiempo, había tenido que soportar sus bromas, su insistencia y, sobre todo, esa actitud de no rendirse nunca. Pero lo peor había sido cuando el ruso regresó de la isla. Al verme, se desmayó en los brazos de una chica, quien, para mi sorpresa, resultó ser su novia. Fue un espectáculo de esos que no se olvidan fácilmente.Lloro como si no hubiera un mañana, sin querer soltarme ni un segundo, alegando que escaparía, que no podía dejarme ir, y sus palabras se quedaban grabadas en mi mente mientras él permanecía pegado a mí. Así estuvo durante tres días seguidos. Finalmente, se resignó a dormir en el sofá, pero no dejó de quejarse. Y para colmo, Adeus parecía disfrutar de la situación, haciendo comentarios sobre lo incómodo que era tener a este ruso llorón viviendo en n
'Las cosas siempre tienen un que y porque, que no lo notemos en primera instancia no significa que no este esa razon'Habían pasado dos largos años en este mundo, y mi desesperación ya no tenía límites. Mi vida, que antes había estado llena de expectativas y promesas, ahora era una sombra de lo que había sido. Sentía el peso del tiempo apoderándose de mí, y todo lo que deseaba era regresar, aunque fuera por un momento, al lugar que alguna vez llamé hogar.Mi padre estaba en una sala cerrada, junto a los príncipes del inframundo y el rey Abdiel. A medida que entraron a la sala, mi mente empezó a acelerar en cada segundo que pasaba. No sabía exactamente qué estaba ocurriendo allí dentro, pero el simple hecho de que mi padre estuviera en esa habitación con ellos me llenaba de incertidumbre. No podía soportarlo más."¡Vas a quedarte con ellos! ¡No puedo más!", grité en mi mente, luchando con la ansiedad creciente. Mandé a uno de los títeres de mi padre, una chica de mirada vacía, a que lo
Me levanté cansado de la cama, el peso de los años pasados aún pesaba sobre mis hombros. Otro año ha pasado desde la última vez que la tuve conmigo. Cuatro años... Cuatro largos años sin ella, y aún la extrañaba con una intensidad que no podía controlar. Cada día me levantaba con la esperanza, aunque pequeña, de que en algún momento aparecería de nuevo, como si nada hubiera pasado, y me diría que todo había sido un mal sueño. Pero la realidad me alcanzaba con fuerza y me recordaba que ya no quedaba nada de eso.Me duché rápidamente, tratando de quitarme esa sensación de vacío que nunca se iba. Me arreglé con el mismo gesto automático de siempre, sin pensar mucho en lo que hacía, hasta que tomé las pulseras que ella me había dado. Las miré un instante antes de colocarlas en mi muñeca, y una ola de nostalgia me envolvió.¿Cómo había pasado tanto tiempo sin ella? Me preguntaba si, al igual que yo, ella también me pensaba. El dolor de su ausencia se había vuelto casi un compañero constant
"Todo lo que quiero en esta vida es que este dolor tenga un propósito" Han pasado tres años y medio desde que la perdí, y aunque el tiempo ha hecho que la herida se calme un poco, aún sigo con la esperanza de que en cualquier momento aparecerá, diciéndome lo estúpido que soy por esperarla. Una parte de mí aún no cree que se haya ido para siempre, como si fuera posible que, en cualquier momento, la vea aparecer por la puerta con esa sonrisa que tanto amaba, reprochándome por estar tan estancado en el dolor, como si no hubiera aprendido nada de todo lo que pasó.Camino junto a Bechet y mi hermano hacia la mansión. El suelo bajo mis pies, los mismos pasillos, la misma fachada de siempre… pero algo en todo esto me hace sentir más vacío cada vez. Ya no es como antes, cuando el lugar estaba lleno de su energía, cuando su presencia lo hacía todo soportable. Ahora, las paredes parecen más frías, más distantes, como si todo lo que alguna vez tuvo vida aquí ahora estuviera consumido por el eco
Mientras Adeus Shalow entrenaba con Bechet Monrroe, con el peso de la tristeza aplastándole el pecho, en otro rincón del universo...En lo más profundo del séptimo infierno, el origen de la tristeza que atormentaba a ambos hombres en la tierra humana comenzaba a despertar.—Maldita mierda… —murmuró, apretándose la cabeza entre las manos, como si intentara resistir la oleada de sensaciones que lo inundaban. Su aspecto era completamente diferente al de un simple mortal, su verdadera forma revelándose en ese lugar infernal.Su cabello, negro como la brea con destellos dorados que parecían brillar como rayos de sol, fluían hasta sus nalgas con un brillo sobrenatural, mientras que sus ojos, una mezcla de rojo intenso y un azul profundo, reflejaban una intensidad que quemaba como fuego. Su piel, translúcida y pálida, estaba marcada por líneas negras que se ramificaban desde sus manos y rostro, formando trazos intrincados, delicados, como una obra de arte. Las alas que emergían de su espalda
Último capítulo