''No creo en el amor imposible, por que sinceramente creo imposible dejar de amarte"
—No— dije, seria, de brazos cruzados, mirando al ruso, con una mezcla de cansancio y frustración.
Llevaba ya dos meses aquí, y en todo ese tiempo, había tenido que soportar sus bromas, su insistencia y, sobre todo, esa actitud de no rendirse nunca. Pero lo peor había sido cuando el ruso regresó de la isla. Al verme, se desmayó en los brazos de una chica, quien, para mi sorpresa, resultó ser su novia. Fue un espectáculo de esos que no se olvidan fácilmente.
Lloro como si no hubiera un mañana, sin querer soltarme ni un segundo, alegando que escaparía, que no podía dejarme ir, y sus palabras se quedaban grabadas en mi mente mientras él permanecía pegado a mí. Así estuvo durante tres días seguidos. Finalmente, se resignó a dormir en el sofá, pero no dejó de quejarse. Y para colmo, Adeus parecía disfrutar de la situación, haciendo comentarios sobre lo incómodo que era tener a este ruso llorón viviendo en n