África, la primogénita, creció amada, esperada y necesaria. Desde sus primeros años, cada enseñanza que recibía estaban cuidadosamente dirigidos a un único propósito. Sus padres la criaron con dedicación absoluta, proporcionándole afecto, educación rigurosa y una disciplina impecable. Todo en su formación estaba orientado a convertirla en una futura Luna.Ella pertenecía a la familia del Beta, una estirpe cuya responsabilidad no era menor dentro de la jerarquía del Clan Asgard. Desde tiempos ancestrales, recaía sobre esa familia una obligación inalterable: de su linaje debía surgir la loba destinada a convertirse en la esposa del Alfa.No se trataba de una tradición simbólica ni de una simple preferencia; era una norma profundamente arraigada en la estructura de poder. El Beta no solo sostenía al Alfa con lealtad y fuerza, sino que aseguraba la continuidad del dominio mediante la sangre. África, por lo tanto, no era solo una hija: era una promesa política, un pilar futuro, una pieza e
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