Mundo ficciónIniciar sesiónCierta tarde, cuando África ya se hallaba recostada en su lecho, preparándose para dormir, la puerta de su habitación se abrió con sigilo. En ese entonces, faltaban solo unos días para su boda con Asherad.
—Hija —articuló Morgana—, necesito hablar contigo. Es importante.
África se incorporó, sorprendida por la seriedad del tono. Morgana se acercó despacio y se sentó al borde de la cama, frente a ella.
—Hay algo que tienes que saber —continuó finalmente—. La verdad sobre Sigrid.
África frunció el ceño, visiblemente desconcertada, y dejó escapar una breve risa incrédula.
—¿Qué podría haber de importante que deba saber de esa… de esa aberración? —respondió con desdén—. No es más que una sirvienta inútil.
—Como sabes, ella se irá contigo a la mansión del Alfa —resaltó Morgana—. Será tu empleada personal, estará a tu disposición día y noche. Pero no solo irá para eso. Sigrid puede ser tu salida ante cualquier situación complicada que enfrentes en el futuro.
África la observó con mayor atención, confundida.
—¿Por qué dices eso, madre? —preguntó, con un dejo de inquietud.
Morgana se inclinó hacia delante, bajando la voz hasta convertirla casi en un susurro.
—Porque Sigrid es tu hermana —declaró—. Tu hermana gemela.
El mundo pareció detenerse por un instante. África abrió los ojos con horror y, de manera instintiva, se llevó ambas manos a la boca.
—No… no puede ser —balbuceó—. Eso es imposible. Esa… cosa no puede ser mi hermana… ¡Yo no tengo ninguna gemela
Antes de que pudiera alzar más la voz, Morgana reaccionó con rapidez. Estiró el brazo y le cubrió la boca con la mano, presionando con firmeza.
—¡No levantes la voz! —ordenó en un murmullo amenazante—. Nadie, absolutamente nadie, lo sabe. Pero ahora es necesario que tú lo sepas.
Retiró la mano despacio y continuó.
—Sigrid irá contigo porque puede salvarte de situaciones que tú no podrás resolver por ti misma. Puede servirte en más formas de las que imaginas. Úsala. Úsala cuando sea necesario. Para eso existe.
África seguía pálida, incapaz de procesar del todo lo que estaba oyendo.
—Recuerda esto muy bien —añadió Morgana, clavando sus ojos en los de su hija—: ella es tu sangre. Y eso la convierte en tu herramienta más valiosa.
—¿Pero de qué podría servirme ella… a mí? —preguntó África—. ¿Qué utilidad podría tener una criatura espantosa como Sigrid?
Morgana colocó ambas manos sobre los hombros de África.
—En cualquier cosa —respondió con absoluta serenidad—. En todo lo que necesites. Si alguna vez requieres sangre, podrás tomarla de ella. Un órgano, un fragmento de piel, su cabello. Todo. Cualquier parte de ella puede servirte, porque es tu gemela. Es una réplica exacta de ti. Y si en algún momento llegas a tener problemas para concebir un hijo… entonces haz que ella se embarace.
—¿Qué? —exclamó África, apartándose bruscamente—. Eso es absurdo. Yo no tendré problemas para tener hijos. Yo le daré el heredero al Alfa, de eso no hay duda.
—Tú no sabes qué puede ocurrir en el futuro —replicó Morgana—. Por eso debes contar con todas las opciones. Si no logras embarazarte, úsala. Usa a Sigrid. Ella es tu hermana gemela, es tu sangre. Es prácticamente como si tú misma estuvieras gestando ese hijo. Ella es tu reflejo. Tú, en otro cuerpo. El hijo que ella tenga será tuyo.
África negó con la cabeza, visiblemente alterada.
—¡Sigrid es un espantajo, una vergüenza viviente! Si ella llega a tener un hijo, nacerá con esa cara horrible. ¡Yo no puedo permitir algo así!
—No, ella no nació así. Sigrid nació con tu rostro, hija mía —continuó Morgana—. Fue tu padre quien la desfiguró la cara. Lo hizo para que no se pareciera a ti, para que nadie pudiera sospechar que eran gemelas. Por eso, Sigrid no dará a luz a un hijo deforme. Tendrá un bebé muy parecido a ti. Debes recordar bien esto.
*****
Esos recuerdos eran los que, una y otra vez, regresaban a la mente de África cuando miró a Sigrid y le ordenó que se acostara con el Alfa. Para entonces, la desesperación ya había hecho mella en ella.
África había logrado concebir varias veces, pero su cuerpo fallaba en sostenerlo. Su vientre no retenía a los cachorros.
La situación se volvió crítica. Para una hembra casada con el Alfa, el tiempo era un enemigo. Debía darle un heredero cuanto antes para consolidar su posición. Sin un hijo, su lugar era inestable.
La palabra que nadie pronunciaba flotaba como una amenaza constante: infertilidad.
Y si se confirmaba, el castigo era claro. El Alfa podía acusarla de traición, deshacerse de ella y tomar otra compañera. África lo sabía. Su vida, su poder y su seguridad dependían de su capacidad para concebir.
Por eso, cuando miró a Sigrid, vio la última garantía de su supervivencia.
Sigrid quedó completamente estupefacta. Acostumbrada a mantener la cabeza inclinada y la mirada en el suelo, aquella orden fue tan desmesurada, tan ajena a cualquier lógica que conociera, que su cuerpo reaccionó antes que su voluntad. Alzó el rostro sin darse cuenta y por primera vez miró de frente a África.
Su expresión era de puro desconcierto: los ojos abiertos de par en par, los párpados tensos hasta parecer incapaces de parpadear, la boca entreabierta en un gesto torpe, casi infantil. Aquello la dejó descolocada, desorientada, profundamente perturbada.
—Pero… pero, Luna… —balbuceó—. ¿Qué es lo que me está pidiendo? Yo… yo creo no haber escuchado bien. No puedo… no puedo comprenderlo.
—Lo oíste perfectamente, Sigrid —respondió África—. A partir de esta noche te acostarás con el Alfa hasta que quedes embarazada de él.
—Pero… usted es su esposa —resaltó Sigrid—. Usted es quien debe darle un heredero. Yo no tengo nada que ver con eso. Yo solo soy una simple sirvienta.
—Has venido aquí para servirme —replicó África—. Espero que lo entiendas de una vez. Mi madre te lo dejó en claro desde el principio. Debes hacer lo que yo te ordene. Tu deber es velar por mi bienestar, cubrir mis necesidades. Y esto es lo que necesito ahora.
Sigrid sintió un nudo cerrarle la garganta.
—Pero acostarme con el alfa… —murmuró—. Eso sería terrible. Además, él jamás accedería a estar con alguien como yo. Si ve mi rostro, le causaré náuseas…
No pudo continuar. Bajó la cabeza de inmediato, avergonzada, como si su sola apariencia fuera una falta imperdonable.
—No verá tu rostro —manifestó África—. Será en completa oscuridad. La habitación permanece totalmente a oscuras. Al Alfa no le agrada la luz durante la intimidad. Prefiere no verme. Él no busca cercanía conmigo, ni afecto. Solo cumple con su deber. Así que no tendrás ningún problema. No tendrás que hacer nada, todo será rápido.
—Pero… pero un hijo mío… —expuso Sigrid—. Un hijo mío sería como yo… deformado. Yo no podría… no debería tener al hijo del Alfa.
—¡Tú solo has lo que te digo, Sigrid! —siseó África—. No tienes permitido cuestionar, ni quejarte, ni oponerte a mis órdenes. El hijo que tengas me lo entregarás. Tú solo lo traerás al mundo y luego será mío. ¿Entiendes? No preguntes nada. No seas curiosa. Tú solo obedece. Para eso estás aquí. Si no me sirves, buscaré a alguien más que lo haga. Pero tú no vivirás ni un minuto más. Si desobedeces una sola orden, no sirves para nada. Y quien no sirve, no merece vivir.
No hubo necesidad de decir más.
Sigrid comprendió, con una claridad brutal, que no tenía elección. Quería vivir. No deseaba morir, y mucho menos de aquella forma. Así, aceptando la orden en silencio, se dispuso a cumplirla.
Esa noche, se preparó para entrar en la habitación del Alfa.







