Neferet enfrentó a Amenhotep al amanecer con la nota en la mano y veneno en la lengua.Lo había encontrado en la terraza privada de sus aposentos principescos, un lugar donde, técnicamente, ella no tenía permiso de estar. Pero la noche sin dormir, las preguntas que ardían en su mente como brasas, y el peso de ese maldito papiro manchado de sangre la habían empujado más allá del protocolo, más allá del miedo, hasta el borde mismo de la desesperación.Él estaba de espaldas a ella, observando el Nilo que se extendía como una serpiente de plata bajo la luz del amanecer. Vestía solo una túnica simple, su cabello todavía despeinado del sueño, y por un momento, Neferet casi olvidó su furia. Casi recordó cómo se había sentido presionada contra ese cuerpo en los jardines, cómo sus labios habían saboreado promesas imposibles.Casi.—¿Qué es la Tumba Sellada? —Su voz cortó el silencio de la mañana como un cuchillo.Amenhotep se giró bruscamente, sus ojos dorados ensanchándose con sorpresa antes
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