El secretario Baker, con el rostro impasible de quien ha visto caer y levantarse imperios, los guio hacia un enorme Rolls-Royce blindado de color negro que aguardaba en la salida de la pista privada. El vehículo no era solo un medio de transporte; era una declaración de soberanía.Al subir, Selene sintió que el aire se espesaba. El aroma del cuero nuevo, mezclado con un sutil rastro de sándalo —el perfume que Zander siempre usaba—, la golpeó como un recuerdo físico.El silencio absoluto del habitáculo, diseñado para aislar a sus ocupantes del caos exterior.Apretó la mano de Adán con fuerza, buscando un ancla en la realidad. Su primo le devolvió el apretón, un gesto firme que prometía lealtad absoluta. El auto se puso en marcha, deslizándose por las avenidas de Ciudad A.Selene observaba por la ventana los edificios de cristal, los parques donde alguna vez caminó soñando con un futuro y las avenidas donde su dignidad fue pisoteada.―Este lugar no ha cambiado en nada, es igual de insop
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