El contraste fue brutal. Salir de la calma perfumada y ordenada de la mansión para sumergirme de nuevo en la atmósfera cargada del motel fue como caer de un sueño a la más cruda realidad. El olor a tabaco rancio, comida barata y desinfectante débil me golpeó al abrir la puerta principal del edificio. Mi habitación estaba al final de un pasillo mal iluminado, y fue allí donde me encontré con ellos.Tres hombres, grandes y de movimientos toscos, bloqueaban el camino. No hacía falta que me lo dijeran; algo en su postura desafiante, en la manera en que sus ojos me recorrieron de arriba abajo con una mezcla de desprecio y avidez, gritaba que eran lobos. Y estaban ebrios. El olor a alcohol barato se mezclaba con su feromona animal, creando una nube agresiva a mi alrededor.Intenté pasar de largo, pegándome a la pared, conteniendo la respiración. Pero uno de ellos, el más alto, con una cicatriz que le cruzaba la ceja, olfateó el aire de repente. Sus ojos, vidriosos, se clavaron en mí con un
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