Alec salió de la habitación trastabillando, sintiéndose la criatura más estúpida sobre la faz de la tierra. Se había preparado mentalmente para darle espacio, para respetar su dolor, pero el alcohol y la desesperación habían tomado el volante, arruinándolo todo otra vez. Aparecer borracho solo había servido para recordarle a Miranda la versión de él que ella más despreciaba: el hombre ausente, el hombre que no escuchaba.Caminó por los pasillos oscuros de la enorme mansión como un fantasma en su propia casa. Sentía que ya nada valía la pena, que todo le daba igual. Pero, al mismo tiempo, una rabia sorda le quemaba las entrañas.—¿De qué sirve todo esto? —masculló, golpeando una pared con el puño—. El dinero, la empresa, el poder...Si no tenía el amor de ella, si no tenía ni siquiera su atención o una mínima oportunidad de redención, entonces vivir no tenía sentido. Era como respirar, pero estar muerto en vida. Se arrastró hasta una de las habitaciones de huéspedes, lejos de todo, y
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