Cuando abrí la puerta principal de mi casa, mi cuerpo se puso rígido. Podía oler a los visitantes. Pergamino envejecido, vino fino: el aroma de Lumine Moonveil exudaba una elegancia aristocrática. Pero sus guardias llenaban la casa con un hedor insoportable, una mezcla de brea hirviendo y cabello quemado.—¿Callista? —La voz de Lumine goteaba miel.Me estremecí, intentando reunir mis pensamientos antes de entrar a la cocina, con los labios apretados. No quería saborear a esas criaturas además de olerlas.Lumine estaba sentada a la mesa, frente al actual alfa de su manada: mi padre. Permanecía inmóvil, con la postura perfecta, su cabello color chocolate recogido en un moño bajo en la nuca. Llevaba su típico traje negro impecable y una camisa blanca de cuello alto, perfectamente almidonada. A ambos lados, dos espectros la flanqueaban, alzándose como sombras apenas perceptibles sobre sus delgados hombros.Me hundí las mejillas para morder el interior de ellas. Era lo único que evitaba qu
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