Cuando el hombre abrió los ojos, sintió que el cuerpo le dolía de una forma extraña, de una forma que no lograba ubicar. Se miró: estaba completamente desnudo, la sábana enredada en las piernas, y… olía a sexo. Frunció el ceño. La puerta se abrió en ese momento e Isabella entró. La mujer llevaba una de sus camisas blancas, con el cabello revuelto. En las manos traía un tazón pequeño con fresas cubiertas de crema batida. —Por fin despiertas, dormilón —dijo con esa voz melosa que había comenzado a darle asco desde antes de que terminaran su relación, y luego se subió a la cama sin pedir permiso—. Te traje desayuno a la cama, como en los viejos tiempos. Se acomodó a horcajadas sobre sus muslos, la camisa abriéndose más, y le ofreció una fresa untada en crema. La empujó al instante, haciendo que cayera a un lado y las fresas se derramaran, ocasionando un desastre de crema sobre las sábanas. —¿Qué m****a haces aquí? Isabella sonrió, como si la pregunta le causara gracia. —¿No te
Leer más