Punto de vista de Catalina. En cuanto Adrián salió del coche y vio dónde estábamos, lo noté. Se puso rígido, todo su cuerpo se tensó como si acabara de sentir una oleada de pánico. Respiré hondo, sabiendo que no iba a ser fácil. Pero era importante, importante para él, para nosotros. Di la vuelta al coche y me acerqué a él con el corazón latiéndome con fuerza. Él no dijo nada, solo se quedó mirando el letrero con los ojos muy abiertos. Sabía lo que estaba pensando. Sabía que odiaba la idea. «Cat...», murmuró, con una voz apenas audible, como si no pudiera creer que lo hubiera traído allí. «¿Me has traído a un terapeuta?». No le di tiempo para discutir. Antes de que pudiera decir otra palabra, le agarré de la mano y le empujé suavemente hacia la puerta. «Vamos», le insté, tratando de mantener la voz tranquila, aunque mi corazón latía a toda velocidad. «No puedo...». Intentó retirarse, pero no le solté. «Sí que puedes», le dije con suavidad, pero con firmeza. «No t
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