El mundo exterior se había tragado a la familia Arslan.Mientras la prensa asediaba a la familia Arslan y a los Hassan por la desaparición de Senay, la narrativa se había solidificado: Ahmed, el hijo resentido, se había convertido en un paria nacional, un monstruo que había atacado a su propia madre por la avaricia de la herencia y había arrastrado a su cuñada a su psicosis. Los helicópteros sobrevolaban el hospital y la mansión, el nombre de Dilara pendía de un hilo, y la esperanza de Set se marchitaba con cada parte médico.La policía, a pesar de sus vastos recursos, estaba pisando el fango mediático, obligada a hacer declaraciones vacías mientras trataba de dar con el paradero de Ahmed y Senay. Estaban a ciegas, siguiendo pistas frías y entrevistando a guardias atemorizados, mientras que Horus y Nicolai, en la oscuridad, se movían con la precisión de depredadores, ajenos a la ley, pero cercanos a la verdad.En el refugio temporal, el atico en pleno centro de Los Angeles, Senay plan
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