La luz matinal se filtraba entre las cortinas, bañando la habitación de Violeta en un tono dorado. El canto de los pájaros se mezclaba con el murmullo lejano de la ciudad, y por un instante, todo parecía en calma. Emma estaba sentada frente a ella, con las piernas cruzadas sobre el sofá, sosteniendo una taza de chocolate caliente que humeaba suavemente.—He estado pensando —dijo de pronto, con un suspiro que rompió el silencio—. No puedo quedarme aquí para siempre, Vi. Necesito poner los pies sobre la tierra. ―Violeta levantó la vista de los documentos que tenía en las manos.—Emma, no estás molestando. Ya te lo dije, esta es tu casa también.—Lo sé —respondió con una sonrisa cansada—, pero no puedo depender de ti, de tu marido eternamente. Voy a ser madre. Tengo que encontrar un trabajo mejor, un lugar donde vivir, algo que me dé estabilidad… por el bebé.El tono con el que lo dijo era tan suave que Violeta se quedó observándola, enternecida. Emma parecía más madura, más consciente d
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