La sensualidad de la medianoche se extendía por la lujosa habitación. Sobre la enorme cama, el cuerpo menudo y pálido de una mujer era dominado por la figura alta y musculosa de un hombre, mientras una atmósfera cargada de erotismo lo impregnaba todo.Desde el atardecer hasta la madrugada, ya había perdido la cuenta de cuántas veces habían estado juntos.Cristina, atrapada en olas que la llevaban al límite, era elevada a lo más alto para luego caer de golpe una y otra vez.Se aferraba a sus hombros sin fuerzas, sin siquiera poder jadear. La única energía que le quedaba la usaba para morderle la carne firme de los hombros. Sin embargo, después de un par de mordiscos, miró de reojo su cara, absorta en el placer, y descubrió con impotencia que no se atrevía a lastimarlo.Dejó escapar un suspiro de resignación, sintiéndose patética. Él la estaba destrozando, y a ella le preocupaba hacerle daño.La poseía una y otra vez, de una forma salvaje, casi destructiva, tratándola como si fuera una
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