Un sonido seco la hizo voltearse. Bajo la luz brillante del sol, vio una figura alta y esbelta. Una sombra se interponía entre ellos. Al mirar su imponente silueta, se humedeció los labios secos, y su corazón se aceleró un instante.
Paolo se giró lentamente, con el balón firmemente sujeto en una mano. Su mirada barrió la figura de Cristina con ansiedad, y solo cuando confirmó que no la habían golpeado, sus facciones se relajaron. Se volteó hacia el niño, y su expresión se endureció.
—Oye, niño gordo. ¿Atacando a la gente por la espalda? Te voy a tener que enseñar una lección.
El niño observó a esa figura alta y de aspecto severo e inmediatamente pensó en su propio padre, que a menudo lo regañaba. Su pequeño corazón latió con fuerza, y sus piernas regordetas retrocedieron un par de pasos.
—Ven acá.
Él extendió el dedo índice y lo llamó con un gesto, su voz cargada de una autoridad ineludible.
El niño sintió un miedo instintivo. Ese individuo no solo era mucho más alto que su papá, sino