El lunes amaneció gris, pero a Cyrus Leroux le pareció el mejor día de la semana. Llegó a la oficina más temprano que de costumbre, con una energía que desconcertó al personal. Saludó al guardia, a la recepcionista, incluso a Andrew, quien lo miró con el ceño fruncido, como preguntándose qué clase de milagro se había producido durante el fin de semana. Cyrus sabía la respuesta: Stella Davison. Desde aquel sábado frente a su edificio, algo dentro de él había cambiado. No era solo culpa o remordimiento; era un impulso nuevo, una necesidad de enmendar las cosas. Había pasado el domingo pensando en ella, imaginando su soledad, recordando sus lágrimas, su voz temblorosa cuando habló del daño que otras personas pueden ocasionar. Y decidió que haría lo que fuera necesario para devolverle la confianza que el mundo le había arrebatado. Al entrar en su oficina, la encontró como siempre: puntual, organizada, revisando documentos y anotando algo en su libreta con letra minúscula y ordenada.
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