Aiden regresó a la Ciudadela de Colmillo de Acero esa noche como un conquistador desolado, había asegurado su linaje, cumplido con el deber sagrado de la pureza, y cortado un destino que, según su padre, habría aniquilado su mente, el silencio en la Ciudadela no era el de la paz, sino el de una tumba recién sellada.Su padre, Kael, no lo recibió con palabras, sino con un gesto, un asentimiento frío mientras Aiden cruzaba el Gran Salón, era la única validación que necesitaba el orgullo de Aiden; la confirmación de que el dolor que sentía, el desgarro a la fuerza de su lazo, era el precio aceptado por la supervivencia, Kael, al verlo, no sintió a un hijo traumatizado, sino a un instrumento calibrado que había pasado la prueba final.Aiden se retiró a sus aposentos, esperando que el dolor físico del desgarro remitiera, pero no lo hizo, el dolor de un lazo roto, si se hace correctamente, debe desvanecerse en semanas, dejando solo una cicatriz emocional y un leve vacío, lo que sintió Aiden
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