El eco de la palabra, “¡Rechazo!,” tardó una eternidad en disiparse en el vasto salón del Territorio del Río Dorado, para el resto de la asamblea, fue el sonido limpio y predecible del deber triunfando sobre el destino futuro, para Aiden, fue el impacto de dos fuerzas cósmicas colisionando dentro de su pecho: la liberación y la condena, en un mismo instante brutal.
Aiden no se movió, su postura de “Lobo de Acero y Hielo” no era ya una pose; era el único ancla que lo mantenía cuerdo mientras el torrente de energía psíquica del lazo roto intentaba desmantelar su núcleo, el grito mudo de Lía, un tsunami de trauma, pena y desorientación Beta, golpeó la barrera mental de Aiden con una fuerza que superó cualquier entrenamiento.
Sintió el dolor, sí, la tortura visceral de un vínculo biológico cortado a la fuerza, pero lo que realmente lo aterrorizó fue la calidad de ese dolor, no era solo pena; era una inestabilidad psíquica feroz, era el “ruido” Beta que Kael había advertido, amplificado mi