El aire dentro del Gran Arco de Piedra no era solo denso, era una sopa viscosa de emociones congeladas, el hedor de un terror antiguo destilado en magia, no era la niebla la que hacía el lugar irrespirable, sino la quietud antinatural, la ausencia de cualquier sonido orgánico, reemplazada por un zumbido psíquico de tono tan bajo que se sentía en los dientes.
Lía dio el primer paso bajo el arco, y el zumbido se incrustó en su oído interno, su cuerpo, entrenado en la huida y ahora templado en la batalla, le gritó que la retirada era la única respuesta lógica, pero su mente, ahora la mente de La Anomalía, se concentró en la única cosa que importaba: la figura encajonada detrás de Seth, el Sensor de Agonía, Aiden.
La mano de Seth en su hombro era un ancla física, la velocidad de su linaje de Valle de Escarcha lista para detonar, detrás, la presencia de Ethan era una manta de calma, su voluntad pura envolviendo la tensión febril de Aiden, cuyo cuerpo, aunque tenso hasta el punto del temblo