El amanecer del viernes llegó como una caricia fría sobre la ciudad.Un día que debía ser de celebración… pero que para Isabella era una cuerda tensa a punto de romperse.Se levantó, se duchó, se maquilló sin sentir el rostro.La perfección como armadura.La elegancia como escudo.Asistió a la universidad con Daniel, quien la esperaba en el portón con un café que ella no probó.—Te ves cansada —susurró él mientras caminaban por el pasillo.Isabella solo sonrió con cortesía, esa sonrisa vacía que ya se estaba haciendo costumbre.Atendió clases sin escuchar.Respondió preguntas que no procesó.Y, al mediodía, regresó a la mansión junto a Daniel.Ambos entraron en silencio, como si las paredes mismas contuvieran la respiración.La mansión era un hormiguero elegante: trajes, vestidos colgando de percheros, Giorgio revisando comunicaciones, Sebastián revisando armas y el equipo de seguridad desplegándose con precisión militar.El lobby de la empresa Moretti Enterprise Global se inauguraría

Al fin, entre árboles altos y ese aire costoso de las playas privadas, apareció la mansión Fitzgerald. La misma donde habían celebrado el cumpleaños de Carter. Grandes ventanales, columnas blancas, césped perfecto… y un silencio que prometía fiesta.Cuando los autos se detuvieron, Isabella descendió despacio. El viento costero le movió el cabello suelto, haciéndolo ondear como una bandera recién liberada.Su vestido azul, ese que había comprado durante la primera ausencia de Nick el mismo azul de sus ojos le acariciaba las piernas con cada paso.Nick la vio.Y algo dentro de él se quebró.Ese vestido.Ese azul.Esa mujer.Deseó besarla, tocarla, hundirse en su piel como quien vuelve a casa después de una guerra.Se le erizó la piel solo de imaginar sus manos deslizándose por su cintura.Apenas entraron, un estallido de voces rompió el silencio.—¡¡FELIZ CUMPLEAÑOOOOOS!!Alessa se tapó la boca con ambas manos. Charly soltó una carcajada que iluminó la sala entera. Había globos, luces

El beso de Nick: una reclamación…Sus labios se posaron sobre los de ella con una urgencia que desarmaba, pero la caricia de sus manos contó una historia distinta. Eran lentas, deliberadas, como si estuviera memorizando cada curva, cada respiración, cada latido a través del tacto. Recorrieron su espalda desnuda, bajando por la columna con una presión que erizó su piel, despertando cada terminación nerviosa hasta hacerla sentir vibrante, eléctrica, viva.Isabella se perdió en ese beso. En la calidez de su boca, en el sabor a él mezclado con el suyo propio, en la manera en que su mundo se reducía a la caricia de su lengua y al fuego que sus manos trazaban a su paso. Olvidó Alaska, olvidó la nota, olvidó la sangre en sus manos. Solo existía Nick, y el vértigo dulce de su boca.Fue entonces cuando, sin romper el beso, sus manos se cerraron con firmeza en su cintura. Con un movimiento fluido y poderoso, la levantó y giró sus cuerpos en un torbellino de sábanas y piel caliente. Isabella emi