Mazatlán, en Guerrero, es un pueblo chico, de esos donde unas calles están pavimentadas y otras se llenan de arena y gravilla. Está pintado de tonos sepias, de día, en la tarde o de noche se ve igual. Los vecinos se conocen y salen, se prestan azúcar y se saludan mientras se encuentran en la calle.Ahí está Mauricio, son casi de las seis de la tarde y empieza a atardecer, va bajando de su camioneta con Rogelio. Están frente a la puerta de una casa amplia, de solo un piso, donde vive la familia de su mamá, lo que queda de ella. No recuerda este sitio porque no lo conoce, nunca ha visitado a su familia, nunca fue necesario.-¿Seguro que es aquí? –pregunta Mauricio dudando, aunque no sabe por qué. -Sí joven, es la dirección que me dieron sus muchachos.Mauricio asiente la cabeza, no lo quiere admitir ni dejar ver pero se siente nervioso. Nunca ha conocido a nadie de su familia, la última vez que los vio fue en el funeral de sus papás, él solo tenía cinco años, y se sentía muy asustado.
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